Cada vez que nos damos cuenta de los peligros que tiene la red nos entran escalofríos. Sin embargo, pensar en vivir sin red es tormentoso para muchas personas. Y eso es algo que podría ocurrir. Los seres humanos nos hemos vuelto dependientes de internet y estamos dispuestos a regalarle los datos más privados sobre nuestra vida a cambio de poder hacer uso de todo lo que nos puede ofrecer. La periodista y escritora Esther Paniagua pone sobre la mesa en su libro Error 404 (Ed. Debate) qué ocurriría si hubiera un apagón de internet. Si ya la vida se nos hace complicada cuando se cae WhatsApp, colapsaríamos si no pudiéramos conectarnos a internet. No podríamos acceder a nuestras cuentas bancarias, ni a todo nuestro trabajo almacenado en la nube. “Internet es un servicio crítico”, dice la autora. Los ataques ocurren todos los días.

Todos nos hemos preguntado alguna vez qué pasaría si internet desapareciera de nuestras vidas. ¿Cuáles serían las consecuencias?

Si hubiera una caída de internet que durase más de 48 horas, se desataría el caos. No hablo de no poder ver series online, sino de no poder acceder a nuestro dinero, a todo nuestro trabajo almacenado en la nube, de la imposibilidad de realizar transacciones fundamentales en el día a día, de desastre para el comercio minorista y, sobre todo, de afectación de infraestructuras críticas. Eso conduciría, por ejemplo, a problemas de abastecimiento de alimentos, carburantes y un largo etcétera. Sería una versión muy salvaje de los problemas que estamos viendo en Reino Unido tras el Brexit o de la escasez de productos que vimos los primeros días de la pandemia. ¿Por qué? Porque todo está conectado, lo que convierte a internet en un servicio crítico. Todos los sectores dependen de alguna forma de la red de redes, hasta tal punto que nadie sabe con exactitud la magnitud del efecto dominó en caso de apagón.

¿Qué podría causar la caída de internet?

En el libro describo cinco caminos hacia el apagón, a partir de mi investigación y de entrevistas a exagentes secretos, a expertas y expertos en ciberseguridad, a los padres de internet, e incluso a uno de los llamados “guardianes de internet” (son 14 en el mundo).

Hay continuos ataques a los proveedores de internet que nunca serán confirmados, y algo muy claro es que a nadie le conviene que salgan a la luz. Por suerte, hay algunas personas dispuestas a hablar. Una forma de tirar la red bajo sería a través de algún punto débil en el protocolo BGP, que decide cómo viajan los datos online de un lugar a otro. Así fue como la agencia de seguridad estadounidense –la NSA– desconectó por completo a Siria de internet durante algo más de dos días en 2012. El sistema de nombres de dominio, el DNS, también puede ser una fuente de apagones, intencionados o por error, como el que hizo que en 2018 se paralizase temporalmente el acceso a las páginas .es, el dominio correspondiente a España.

Hay múltiples ejemplos como estos. Este 2021, sin ir más lejos, hemos vivido varios. Por ejemplo, en junio de 2021 un error informático en Fastly, un proveedor de servicios de computación en la nube, dejó fuera de servicio a miles de webs en todo el mundo. Unos meses antes, un problema con los servidores de Amazon Web Services (AWS) tiró abajo otra multitud de webs e impidió el funcionamiento de todo tipo de dispositivos conectados.

Estos apagones no fueron totales y duraron una hora a lo sumo. Son solo la antesala de lo que podría pasar. Y lo peor es que no se necesita de una gran infraestructura para cargarse internet, y que la red puede caerse también de forma desintencionada. El problema es que internet no fue creada para lo que es hoy y, aunque funciona, no fue diseñada para realizar de forma segura todas las tareas que hoy realiza.

Es cierto que la vida con internet cerca es más fácil, pero hemos vivido mucho tiempo sin él. ¿Por qué se ha convertido en adictivo entonces?

Por muchos motivos. Uno de ellos es que nos hace la vida más fácil, y a veces hay que ser un héroe para renunciar a las comodidades que ofrecen la conectividad y los dispositivos conectados, empezando por el smartphone.

Otra de las causas de su adictividad es que muchas de las plataformas y aplicaciones que usamos online están diseñadas para enganchar. Hay toda una ciencia detrás de ello, la captología, que estudia y describe cómo automatizar la persuasión. Se basa en el conocimiento de los sesgos cognitivos que tenemos las personas para generar un tipo de adicción muy similar a la del juego. Te sumergen en círculos viciosos que animan a seguir enganchado y, si te desconectas, te persiguen con mensajes o notificaciones para llamar tu atención y para que vuelvas a entrar. Son bucles lúdicos que potencian los comportamientos impulsivos, hacen que nuestro cerebro libere dopamina y motiva a querer repetirlos constantemente.

¿Hemos perdido la capacidad de esfuerzo como seres humanos desde que todo nos lo resuelve internet?

Más bien diría que las plataformas online aprovechan el conocimiento científico de las ciencias del comportamiento, que dicen que los seres humanos escogemos aquello que menos esfuerzo requiere. Según el Premio Nobel de Economía Daniel Kahneman, tendemos a elegir aquello que ahorrará energía a nuestro cerebro y tomamos atajos cognitivos que son instintivos e irracionales.

¿Qué es lo que no está en internet y debemos buscar siempre fuera?

Las mejores cosas de la vida están fuera de internet. Un abrazo, una comida con nuestros seres queridos, el sexo, caminar descalzo por la hierba, tocar un instrumento, el placer de oler un libro… Cualquier experiencia asociada a la presencialidad, táctil, gastronómica y muchas otras que, aunque son posibles online, no igualan a su alternativa online.

¿Por qué las empresas se han entregado tanto a internet, de tal forma que están “vendidas” a la red y son totalmente dependientes? ¿No han pensado en que todo su negocio desaparecería si esta cayera?

Las empresas, como cualquiera, tratan de aprovechar las ventajas y facilidades que ofrece la red para hacer más eficientes sus negocios. Internet ha permitido eliminar muchos intermediarios, abrir negocios con un coste cercano a cero y reducir mucho los márgenes. El problema es que no se piensa lo suficiente en los riesgos que ello conlleva y no se invierte lo suficiente en ciberseguridad. Una caída de internet se ve como algo remoto y, a pesar de que hemos tenido ya muchos pequeños apagones, no sirve de escarmiento. Como con la COVID-19, nadie invierte lo suficiente en prevenir catástrofes de este tipo porque se cree que sale más a cuenta ahorrar dinero cada año y asumir el riesgo.

¿Por qué somos cada vez más vulnerables frente a internet?

Nuestra vulnerabilidad aumenta a medida que conectamos más cosas a internet, incluso a nosotros mismos, y convertimos todo en un ordenador. Prácticamente todo está conectado a internet, y lo que aún no lo está va camino de estarlo, incluyendo frigoríficos, cafeteras, juguetes sexuales y hasta peceras. Paralelamente, los ciberataques son cada vez más fáciles y se necesitan cada vez menos recursos y conocimientos para causar estragos.

¿Recuerdas algún caso concreto en el que un fallo en internet haya resultado caótico para una organización?

En 2019 el gobierno de la India apagó internet durante siete meses. Fue la desconexión de mayor duración en una democracia. Ello afectó a todo el mundo, incluidas por supuesto las empresas. ¿Las consecuencias? Ausencia de comunicación, facturas no pagadas, libertad de movimientos restringida, carreteras cerradas… Una periodista de allí narraba que incluso cuando se restableció el servicio y pudo regresar a su oficina, no pudo comunicarse con las personas de su organización. Se estima que las pérdidas económicas fueron de unos 2.300 millones de dólares.

¿Cuál es la diferencia entre lo que nos dijeron que sería internet y lo que es hoy?

Internet nació con vocación de ser una red libre, gratuita y abierta; una herramienta para resolver los grandes problemas de la humanidad y para mejorar la democracia gracias a las posibilidades de participación. Son las promesas rotas de internet. Si bien es innegable que la red de redes es una gran plataforma de conocimiento –probablemente una de las mayores creaciones de la humanidad– se ha convertido en un nido de dependencia, adicción, vigilancia, desinformación, manipulación, desigualdad y censura. Lo que se creó como una manera de conectar al mundo para colaborar ha terminado en una forma más de control y de optimización del statu quo que profundiza en nuestras divisiones, miedos y brechas. Además, lejos de ser un sistema descentralizado, se ha vuelto hipercentralizado y dependiente de unas pocas grandes empresas. Eso es, en parte, lo que hace a la red más vulnerable.

Explícanos cuáles son los tipos de ciberdelincuencia más habituales.

En Error 404 hablo del top 10 del cibercrimen. En ese listado tenemos desde gusanos que se propagan de ordenador a ordenador por sí solos hasta secuestradores en forma de ransomware que impiden usar ciertos equipos o acceder a determinados archivos hasta que se pague un rescate, normalmente en bitcoins. El SEPE, el Servicio Público de Empleo Estatal, fue víctima de uno de esos secuestros el pasado marzo, que le dejó noqueado durante más de dos semanas. Este tipo de ataque aumentó un 160 % en España en 2020.

¿Qué hay de cierto en eso de que los dispositivos móviles nos escuchan? ¿Qué escuchan exactamente y cómo lo hacen?

Si dices “Ok Google” o dices “OK Siri”, ¿tu móvil responde? Eso significa que está escuchando. Y no solo estos asistentes virtuales sino muchas aplicaciones. Darle a una aplicación acceso al micrófono o a la cámara significa darle el control para escuchar o para sacar fotos o grabar vídeos sin autorización expresa. Teóricamente, esto no pasa cuando solo aceptas que dicho acceso se produzca mientras usas activamente la aplicación, pero incluso así a veces hay errores. Por ejemplo, un fallo en la aplicación de videollamadas FaceTime (Apple) permitió escuchar a los contactos antes de que descolgaran el teléfono.

Los móviles no son los únicos que pueden escucharnos, también lo hacen dispositivos como Google Home o Amazon Echo. En el caso del aparato de Amazon, se demostró que incluso graba conversaciones sin permiso de forma sistemática.

¿Qué te ha llevado a escribir este libro?

Hay varias motivaciones que confluyeron en el tiempo. Por una parte, una necesidad de entender el mundo a mi alrededor, que está siendo modelado por unas pocas grandes empresas de tecnología. Por otra, un desencanto con las sombras del avance tecnológico. Cuando me especialicé en ciencia y tecnología una de las cosas que más me gustaban es que estas eran fuente de buenas noticias: nuevas medicinas, descubrimientos y tecnologías que nos ayudaban a superar barreras. Sin embargo, no podía obviar el impacto social negativo de algunas de esas invenciones.

Esas inquietudes se juntaron en el tiempo con un titular: «Internet se vendrá abajo y viviremos oleadas de pánico». Salió de una entrevista de mi amigo Toni Garcia al científico Daniel Dennett, que abrió mi apetito de investigar acerca de esa posibilidad. A partir de ahí, todo lo que estaba sucediendo a mi alrededor empezó a cobrar sentido bajo el prisma de ese titular y de la idea de un libro que ya no me podía quitar de la cabeza. Cada día sentía más la urgencia de que vieran la luz estas páginas que analizan los temas de ahora con una perspectiva crítica pero también.

¿Hemos normalizado los discursos de odio en internet?

No creo que los hayamos normalizado. El problema con internet es que mucha gente se refugia en el anonimato online para decir y hacer cosas que normalmente no haría. Además, es muy fácil y cómodo, pueden hacerlo desde el sofá de su casa y sin tener que rendir cuentas por ello.

¿Qué se oculta en las tinieblas de internet?

Criminales, ladrones, estafadores, espías, terroristas, acosadores, gobernantes tiranos, empresarios avaros… En internet, como fuera de la red, se reproduce y explota lo peor del ser humano.