Más de mil millones de usuarios en una década. Así se resume el éxito de Instagram, aquella plataforma que nació para compartir fotos y que hoy se usa para casi todo. A ratos parece hasta un centro comercial. A pesar de los filtros, el postureo y los platos de comida pantagruélicos, es la red social que mejor nos describe y que mejor nos etiqueta. La llegada de un virus que ha trastocado nuestra realidad coincide con el décimo aniversario de Instagram (se lanzó en octubre de 2010) y como otras redes sociales se ha visto obligada a poner un poco de coherencia ante tanto bulo y conspiranoia. La compañía, que desde 2012 pertenece a Facebook, ha decidido eliminar de las recomendaciones los contenidos y perfiles relacionados con el coronavirus, que tampoco podrá encontrarse en la pestaña de ‘explorar’ y que solo permitirá la visualización de la información de organizaciones de salud oficiales y fiables. Aunque no hay que perder de vista que las políticas censoras clásicas de la plataforma –puedes mostrar un pezón masculino pero no uno femenino, por poner un ejemplo– siguen provocando encendidos debates.
En plena pandemia, los directos en Instagram han logrado mantener visible –y vivo– al sector cultural, en especial al musical. Miles de conciertos en directo han permitido conectar a las bandas y cantantes con su público. Instagram ha creado una opción que permite hacer donaciones durante las transmisiones en vivo y ha asegurado que el 100 % de lo recaudado irá a las organizaciones sin ánimo de lucro elegidas. La comunidad científica utiliza Instagram para dar charlas y los deportistas y entrenadores para mantenernos en forma. Y al ciudadano de a pie le ha venido muy bien para mantener la conexión social con los suyos. Hasta se ha creado un museo virtual con todas las obras de arte que artistas están creando durante la emergencia sanitaria.
El diario británico The Guardian anticipó recientemente el contenido de un libro que relata la historia menos conocida de Instagram. Se titula ‘No Filter: The Inside Story of How Instagram Transformed Business, Celebrity and Our Culture’ y su autora es la reportera especializada en tecnología Sarah Frier, que cada día durante un año ha entrevistado a una persona diferente para componer la historia. Para comenzar, una anécdota: El fundador de Instagram, Kevin Systrom, salvó al actor Ashton Kutcher cuando el incendio de la cabaña en la que pasaba unos días estaba a punto de acabar con su vida. Así que el actor norteamericano decidió ayudar a Systrom a incrementar la credibilidad de Instagram entre las celebridades.
En el libro se cuenta que Systrom tenía 25 años cuando fundó la plataforma junto a su amigo Mike Krieger. Era 2009 y en principio la quisieron llamar Burbn. La idea era que los usuarios pudiesen subir en tiempo real una foto de sus fiestas. Poco tiempo después entendieron que había un hueco, que la gente necesitaba un sitio donde compartir con rapidez imágenes desde su teléfono móvil. Y así nació Instagram y sus filtros para hacer más bonita, y creativa, la vida cotidiana. Tres años después, se la vendieron a Facebook por 1.000 millones de dólares.
¿Cómo ha influido Instagram en nuestras vidas? En el libro de Frier se cuentan historias curiosas. En 2013, un empleado de la red social se dedicó a descubrir perfiles de mascotas divertidas y entrañables. Algunas fueron destacadas en el perfil oficial de Instagram. Courtney Dasher era la dueña de Tuna, una perrita marrón. Tuvo tanto éxito que Dasher dejó su trabajo y se dedicó en cuerpo y alma al perfil de su mascota, que ha ayudado mucho a personas con ansiedad o depresión. No es menos cierto que muchos destinos turísticos poco visitados se han convertido por la publicación de imágenes en Instagram en lugares muy visitados, pero también hay que reconocer que la exaltación del selfie perfecto ha hecho que clientes de clínicas de cirugía estética soliciten ‘retoques’ similares a los que hacen las aplicaciones de edición de fotos de Instagram. En 2017, un estudio realizado por la Royal Society of Public Health y la Universidad de Cambridge analizó el impacto de las redes sociales en la salud mental de los más jóvenes. Instagram fue la que salió peor parada por su capacidad para generar angustia, ansiedad o depresión a sus usuarios adolescentes. En 2019 tuvo que anunciar la eliminación de algunos filtros para proteger el bienestar mental de los usuarios.
Zuckerberg, el dueño de Facebook, compró Instagram –los que saben dicen que no aguanta la competencia– y dijo que mantendría su independencia. En 2018, Systrom dejó su puesto de CEO en la red social. Tiene pinta de que Zuckerberg y Systrom no ven Instagram de la misma forma. La verdad es que hoy en día el dueño de Facebook lo es también de WhatsApp e Instagram, y Systrom ha vuelto a la escena en mitad de la pandemia con la puesta en marcha de una aplicación para monitorizar la propagación del coronavirus. Se llama rt.live y pretende ayudar a los estados norteamericanos a controlar la pandemia.
Si hay algo que ha cambiado en Instagram es la presencia de publicidad, un tanto agotadora. Como concluye el libro de Frier, Instagram quería construir una comunidad que valorara el arte y la creatividad, y al final se está convirtiendo en un centro comercial. Pues eso, feliz década.