Seis de cada trece grandes especies de ballenas están en peligro de extinción. Entre ellas destaca la ballena azul, el animal conocido más grande de la Tierra. Hasta 30 metros de longitud, hasta 180 toneladas de peso. Se habla de tamaños y comparativas, y uno se queda boquiabierto cuando los oceanógrafos te cuentan que el corazón de este cetáceo puede ser tan grande como un automóvil. Suelen vivir en pareja, también en soledad. Emiten unos sonidos tremendos para comunicarse y, sobre todo, para navegar en las oscuras aguas del mar profundo. Las ballenas azules son una de esas especies en peligro de extinción. Su caza está prohibida. Hoy en día, esta y otras especies de cetáceos tienen un enemigo, los grandes buques de carga. Como explica el World Economic Forum, las rutas de navegación congestionadas “atraviesan hábitats de ballenas en áreas costeras, y los barcos pueden golpear y matar ballenas sin querer mientras los animales se alimentan, migran, descansan, aparean o socializan”. Estas colisiones mortales se producen en cualquier océano, en cualquier mar. La ballena franca del Atlántico Norte, por ejemplo, está al límite: quedan menos de 400 ejemplares.

El problema está en los grandes mercantes, esos petrolero o barcos portacontenedores que pueden medir más de 300 metros de largo y sostener más de 15 pisos de alto y que impiden divisar a tiempo a las ballenas. Ahí es donde entra de lleno un uso responsable de la tecnología. Científicos de instituciones oceanográficas de EE. UU. y las universidades de Texas y California han desarrollado el sistema Whale Safe, que incorpora tres tipos de tecnologías. En primer lugar, un sistema de grabación de sonido subacuático impulsado por inteligencia artificial (IA). Esas grabaciones se realizan mediante boyas amarradas con instrumentos acústicos en el fondo del mar. Los datos de sonidos llegan a una computadora, casi en tiempo real, para que se pueda determinar la presencia de ballenas barbadas. Los datos se suben al momento a una web y se establece una alerta que se envían por correo electrónico o mensajes de texto. También se ha incorporado una app móvil que registra avistamientos de ballenas y un modelo de big data aporta pronósticos de las zonas de alimentación de lo cetáceos basados en datos como la temperatura y la circulación del océano. De esta forma, los buques pueden reducir la velocidad con tiempo para evitar las colisiones. La costa de Los Ángeles y de Long Beach son las áreas donde se ha implementado el sistema. Si tiene éxito, Whale Safe podrá llevarse a puntos críticos donde las ballenas cuentan con poca protección. Para el Foro Económico Mundial, es una solución inteligente que fomenta “la economía azul sostenible”.

No es la única herramienta tecnológica para frenar la velocidad de extinción de muchas especies. El ritmo de desaparición de plantas, insectos, pájaros y mamíferos asusta: más de 150 especies al día. La más sencilla son los rastreadores GPS, que permiten a los expertos controlar los movimientos y ubicación de especies en peligro de extinción y así poder prevenir riesgos para estas poblaciones. Un ejemplo, en 2018, el Foro Mundial para la Naturaleza (WWF, en sus siglas en inglés) y las autoridades de Tanzania colocaron collares con geolocalizadores a los elefantes para protegerles de los cazadores furtivos. Los datos también alertaban de si la manadas se dirigían hacía asentamientos humanos y así poder alejarles del riesgo de conflicto.

Por otra parte, el Instituto de Tecnología de Georgia (EE. UU.) ha creado Slothbot, un robot que ha “aprendido” de las virtudes de los perezosos, esos animales que han adoptado un estilo de vida lento y donde las prisas no valen para nada. Ese bajo consumo de energía lo ha adquirido Slothbot, programado para moverse solo cuando sea necesario y localizar la luz solar necesaria para recargar sus baterías. Lentamente se va desplazando por un cable entre dos árboles analizando datos climáticos (temperatura, niveles de CO2, etc..) y monitorizando todo tipo de animales y plantas.

Las cámaras de alta definición han permitido también monitorear la vida de especies como la foca monje, también en peligro de desaparición. Las cámaras ubicadas en las cuevas de las crías facilitan el estudio de los nacimientos y la identificación de colonias.

Aprovechando también la IA, los investigadores han podido realizar un conteo real de la población de pingüinos emperador, una especie que podría extinguirse antes del año 2100 por los efectos de cambio climático. Mediante imágenes de las colonias y la inteligencia artificial, hizo posible que los investigadores no tuviesen que usar el conteo manual de los animales.

Los drones y cámaras térmicas se usan desde años para controlar poblaciones de animales y para evitar la caza y pesca furtiva de determinadas especies. Los mismos sistemas de aprendizaje automático y de visión por computadora que los astrónomos aprovechan para estudiar las galaxias se están empleando hoy para identificar, vigilar o preservar especies en peligro de extinción.