Con las elecciones a la vuelta de la esquina, las redes sociales se convierten en lugares donde ciudadanos, partidarios y detractores comparten grandes cantidades de contenido político. Cada nueva medida o pacto de gobierno se convierte en un hashtag en tendencia y las entrevistas o debates a los candidatos a presidente del gobierno en lo más seguido en las plataformas sociales durante horas.

Es este mismo éter digital y sus redes las que funcionan como “un acelerador de las divisiones culturales existentes”, según el estudio Social and Morality. Prueba de ello es la investigación conducida por Chris Bail, director del laboratorio de polarización de la Universidad de Duke. El informe concluyó que las personas expuestas a tuits del bloque ideológico contrario se volvieron más radicales en su ideología –sobre todo, las personas de derechas– al cabo de un mes.

Existen más informes que corroboran el poder de las redes en la polarización de la sociedad. Tal y como comparte el ensayoThe Welfare Effects of Social Media, desactivar Facebook durante un mes redujo la polarización en torno a temas ideológicos en Estados Unidos, y otro estudio concluyó que las palabras como “odio” y “culpa” tenían más probabilidades de propagarse en las redes socialesque mensajes sobre temáticas políticas similares que no incluyeran esos términos.

Así, cuando se trata de ideología, todo aquello que apela a lo emocional tiene más posibilidades de polarizar y crear entornos digitales hostiles. En este caldo de cultivo en línea, en el que cualquier mensaje o palabra puede avivar la llama de la polarización, ¿cómo contribuye la desinformación?

Desinformación y polarización, dos conceptos relacionados

Para Raúl Magallón, profesor de Periodismo y Comunicación Audiovisual e investigador de la Universidad Carlos III de Madrid, se ha producido una normalización de los procesos de desinformación desde el año 2016, con fenómenos como el Brexit, las elecciones estadounidenses o las brasileñas. La desinformación, inicialmente enfocada en los procesos electorales, se fue ampliando a cuestiones como movimientos migratorios, el cambio climático o la pandemia; algo que Magallón cataloga como una “disfunción normalizada del sistema”.

En un escenario donde las fake news son cada vez más relevantes, hay menos confianza en los medios de comunicación, apunta el experto. A pesar de contar con medios offline y online, redes sociales y otras plataformas, el 40 % de los españoles desconfía habitualmente de las noticias en general, y el 37 % ni está interesado ni se fía de ellas, según el Digital News Report 2023 elaborado por el Reuters Institute.

“Es evidente que los representantes políticos tienen un papel fundamental a la hora de viralizar, compartir e incluso ser altavoces de determinadas narrativas falsas”, reflexiona Raúl Magallón. El especialista apunta que, en el año 2018, Donald Trump, el presidente de Estados Unidos por aquel entonces, usó el concepto de fake news en Twitter más de 200 veces con una idea clara: atacar cualquier voz crítica de los medios de comunicación, cambiar la agenda de temas del día y movilizar a los posibles simpatizantes y militancia.

El investigador afirma que, al lanzarse mensajes pasionales que polarizan mucho más a la población, se penalizan mucho menos los errores que tienen que ver con la gestión, “porque al final, todo se convierte en una cuestión mucho más pasional que racional”. Es en ese contexto donde la desinformación se difunde con una mayor facilidad.

Medidas efectivas contra la polarización y las fake news

Así, ¿qué podemos hacer la ciudadanía para mantener una actitud más crítica ante todas las informaciones con las que nos cruzamos en Internet? Magallón destaca una idea, más allá del “en caso de duda, pregunta, verifica y comprueba”: el escepticismo pasional. “No se trata de que sigamos de manera racional determinados temas, sino que el goteo continuo va generando en nosotros un efecto acumulativo, que muchas veces es más pasional que cognitivo, porque evidentemente con tantos inputs informativos lo que quedan son más las sensaciones que nos ha generado”, explica.

Para esto, Raúl Magallón invita a pensar a largo plazo y poner el foco en la alfabetización mediática. El experto apunta que, si hacemos una estimación media, ponderada, del consumo que hacen los jóvenes de redes sociales —unas 4 horas diarias—, salen unas 1.460 horas, mientras que el tiempo que pasa un joven en el instituto está en torno a las 1.050 horas. “Se pasa mucho más tiempo consumiendo contenido en redes sociales que en el instituto. No tiene ningún sentido, puesto que las redes sociales son algo más que redes sociales, que no se hayan integrado en el currículum académico para hablar de sus riesgos, oportunidades e implicaciones”, comparte.

Que las plataformas sociales y digitales funcionen como tierra fértil para la desinformación comporta que muchas personas crean que no se puede confiar en nada, una idea “incluso más peligrosa, porque invita a que emerjan movimientos políticos con discursos que están fuera de lugar”, cuenta el investigador. De esta manera, Raúl Magallón concluye con una reflexión: “Las campañas movilizan, y es mucho más importante que haya un debate sobre políticas públicas que sobre pasiones políticas”.