Hoy el uso de Internet está generalizado y es complicado encontrar una actividad que no tenga una app o un aparato tecnológico relacionado. Pero que utilicemos habitualmente los dispositivos no significa que los conozcamos bien. El INE nos recuerda que cuando una web nos pide que introduzcamos datos, solo uno de cada dos españoles comprueba antes que la web es segura. Y lo mismo ocurre si hablamos de la política de privacidad: en la mitad de los casos ofrecemos información personal sin saber muy bien a quién se la damos ni qué se va a hacer con ella.

La tecnología es hoy parte de nuestra vida cotidiana. La usamos para hablar con nuestros seres queridos, para organizar nuestro día y para acceder a una oferta de ocio audiovisual sin precedentes. El precio por utilizar cualquiera de estos servicios es la cesión de nuestros datos personales, una información que divulgamos y que no sabemos muy bien adónde llega. A estas concesiones se suman los propios contenidos que generamos y que compartimos en las redes sociales, con la misma falta de certidumbre sobre el uso que se puede hacer de nuestras imágenes, vídeos y textos.

La digitalización masiva que hemos asumido como natural está muy vinculada a la incertidumbre. Usar la tecnología de forma segura no es algo que dependa ya en exclusiva de lo que hagamos, sino que estamos expuestos/as al uso que terceros hagan de lo que subimos y compartimos. En este escenario, la concienciación es primordial para conseguir un Internet seguro.

¿Deben limitar estos riesgos nuestro disfrute de la tecnología? No, pero sí debemos prestar atención a lo que hacemos, buscando siempre proteger nuestra privacidad y nuestra seguridad.