“Las fake news son informaciones que pueden ser más efectivas que los hechos”. Byung-Chul Han en ‘No-cosas’ (2021).

Las mentiras se comparten más y llegan más lejos que las verdades, y lo hacen en mucho menos tiempo. La información falsa campa a sus anchas pero, ¿por qué? ¿Qué mecanismos activan en el cerebro para que nos sintamos tentados a enviarlas de forma masiva?

Las informaciones falsas son difundidas “significativamente más lejos, más rápido, más profunda y ampliamente” que las informaciones ciertas. Las palabras son de Soroush Vosoughi, Deb Roy y Sinan Aral, investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), en una de las publicaciones más esclarecedoras sobre la velocidad de los bulos.

La información falsa recibe un 70 % más de retuits que las ciertas, según los datos recogidos por estos investigadores, que se centran en las redes sociales. Además, ocurre que los datos falsos se vuelven más virales que los verdaderos. Tal y como se reconoce en este artículo científico, las noticias veraces necesitan seis veces más tiempo para alcanzar al mismo número de personas.

De entre todas las mentiras, destaca la velocidad de las falsas noticias políticas. Estas tardan tres veces menos en alcanzar 20.000 personas en comparación con el tiempo en que otro tipo de contenidos falsos tarda en alcanzar a 10.000 personas. Es decir, tardan tres veces menos en alcanzar al doble de gente.

Otros temas en los que también se fabrica y comparte mucho bulo, como el terrorismo, los desastres naturales o la información financiera, no tienen tanto alcance, aunque sí tienen mucho más impacto que las noticias de verdad.

Pero, ¿quién difunde los bulos?

Sorprendentemente, el grueso de las noticias falsas no fueron difundidas mediante grandes cuentas, sino de un gran conjunto de cuentas pequeñas con pocos seguidores. Y no precisamente bots o robots virtuales (que también comparten noticias falsas y son un problema), sino por personas corrientes. De hecho, “los humanos, no los robots, tienen más probabilidades de propagarlo”, en palabras de los investigadores antes mencionados.

Por otro lado, una investigación de la Universidad de Harvard, realizada por los psicólogos Nadia M. Brashier y Daniel L. Schacter, descubrió que el 80 % de la difusión en Twitter de noticias falsas está ‘a cargo’ de adultos de más de 50 años, y que en Facebook son los mayores de 65 años quienes más las ven y comparten.

Hay muchos motivos por los que las personas más mayores hacen de altavoz, y de entre todos prima el no ser consciente de que se está compartiendo un bulo. La brecha digital pesa mucho. Pero la dificultad para analizar qué es un bulo y qué es una noticia no es solo cosa de mayores.

Según la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) en su publicación Las TIC y su influencia en la socialización de adolescentes (2018), el 22,5 % de los menores de entre 14 y 16 años tienen problemas a la hora de detectar si una noticia es real o falsa.

¿Por qué se comparten los bulos?

En sus dos publicaciones especializadas en rumores, bulos (El sentido del rumor, 2017) y desinformación (Los 7 hábitos de la gente desinformada, 2019), Marc Argemí destaca algunos mecanismos por los que la gente comparte bulos. Estos son algunos de ellos:

  • “La vanidad que genera poder contar con información exclusiva”, también llamada cuñadismo, que nos hace querer quedar como informados.
  • La necesidad de estar “en medio de la acción” generada por la inseguridad de quedarse fuera del circuito.
  • El “pánico moral” a cometer el error de no compartir información que pudiera ayudar a otros, etc.

Las batallas políticas también han generado la proliferación de granjas de trolls, empresas especializadas en difundir bulos con diversos enfoques. Entre ellos se encuentran: confundir al votante, sembrar dudas sobre lo que ha ocurrido, fragmentar la opinión pública o, simplemente, saturar la atención de quien busca información, en palabras de James Williams (Clics contra la humanidad).

Llegado a este punto, es imprescindible destacar que los bulos necesitan de personas que los compartan. El mejor remedio para evitar compartir un bulo es leer toda la información con atención y compartir únicamente aquello que haya sido verificado. Algo no siempre fácil debido a lo acelerado del mundo actual o a la forma en que se ‘consume’ información, pero no se digiere.