El filósofo y matemático navarro Javier Echevarría sostiene que las Tecnologías de la Información han provocado la aparición de una nueva especie: la 'tecnopersona', individuos u organizaciones que se comunican a través de las herramientas que desarrolla la tecnología.
Según su teoría, hoy en día hay muchas más 'tecnopersonas' que personas, debido a que un mismo individuo o entidad puede crear varias máscaras tecnológicas de sí misma. Todos ellos plasman su actividad en datos que se recogen en la Nube.
Partiendo de la tesis de Echevarría, varios filósofos proponen ahora una corriente que promueve el desarrollo de tecnologías entrañables en oposición a las tecnologías alienantes que, entre otras cosas, no permiten a los usuarios acceder a las entrañas de sus respectivas 'tecnopersonas'.
Las tecnologías entrañables serían tecnologías que no sólo podríamos adoptar y comprender en nuestra vida cotidiana, sino también apropiarnos de ellas, controlarlas (en lugar de que nos controlen) e incluso formar parte en su diseño.
Si queremos proteger y gestionar nuestra identidad digital, el desarrollo de las plataformas que utilizamos debería tratar de cumplir con los diez principios que estos autores han propuesto:
Abiertas: sin restricciones de acceso para su uso, copia, modificación y distribución impuestas por criterios externos a la propia tecnología.
Polivalentes: capaces de integrar diferentes objetivos en un único sistema técnico, o de facilitar usos alternativos por parte de sus operadores o usuarios.
Dóciles: el funcionamiento, el control y la parada del sistema dependen eficazmente de un operador humano.
Limitadas: las tecnologías han de tener consecuencias previsibles. Si no, debe aplicarse el principio de precaución.
Reversibles: ha de ser posible restaurar el medio natural o social en que se implante un sistema técnico y rediseñar desde el inicio otras operaciones alternativas si se precisan. No podemos desencadenar proyectos tecnológicos que cambien el mundo de forma irreversible y que corran el riesgo de destruirlo.
Recuperables: las tecnologías tienen que ser susceptibles de mantenimiento activo y de recuperación de residuos.
Comprensibles: se deben evitar las “cajas negras” que producen desconocimiento. El diseño de un sistema técnico y su manual de operaciones deben facilitar la comprensión de su funcionamiento, y la identificación de sus componentes.
Participativas: deben facilitar la cooperación humana y ser socialmente inclusivas. Para ello, se han de organizar arreglos institucionales adecuados para facilitar la participación de los ciudadanos no solo en el proceso de aceptación o rechazo de una oferta tecnológica predefinida, sino también en el debate en torno a las diferentes opciones tecnológicas disponibles.
Sostenibles: deben permitir el ahorro, el reciclado de energías y recursos. El desarrollo actual de la tecnología no debe limitar las posibilidades de desarrollo futuro.
Socialmente responsables: que la implantación de una nueva tecnología no contribuya a empeorar la situación de los colectivos más desfavorecidos. Debe favorecer la distribución igualitaria de los recursos que genere y, en todo caso, sus consecuencias no deben empeorar la situación de los colectivos más desfavorecidos.
Estos diez criterios sirven para evaluar socialmente las tecnologías. Un ejemplo de referencia son los programas de código abierto. Además de ser útiles, eficientes y rentables, sus desarrollos se basan en la colaboración y participación de los usuarios.
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El reportaje completo, del que hemos recogido un extracto, lo firma el investigador de la Universidad del País Vasco José Luis Granados Mateo en The Conversation.