La DGT ha publicado un artículo específico para dar más información acerca de los neumáticos que necesitan los coches eléctricos. Cabe destacar que la primera característica que diferencia a un coche eléctrico de uno de combustión es el peso. Las baterías son muy pesadas y esto supone un importante aumento de carga para los neumáticos. Esta mayor carga genera una mayor inercia debido al aumento de la masa en movimiento, lo que implica una mayor distancia de frenado. Para que no se alargue de forma considerable y ponga en peligro la seguridad de los ocupantes del vehículo y de otros usuarios de la vía, hay que poner especial atención en el agarre del neumático, mucho más que en un coche de combustión.

Coches eléctricos
Coches eléctricos | Pexels

Ese agarre también desempeña un papel fundamental en la mayor aceleración que posee este tipo de coches, debido a que su par motor al completo se deriva a las ruedas de una forma prácticamente instantánea. Por supuesto, una mayor carga y un mejor agarre implican que su estructura deba ser reforzada considerablemente para aguantar toda esta demanda. Además, también el compuesto de la goma es diferente, para proporcionar la máxima robustez.

El problema del ruido

La ausencia de ruido al circular en un vehículo eléctrico se convierte en otro problema añadido para los fabricantes de los neumáticos dirigidos a estos coches. Y es que el 70% del sonido generado por un automóvil eléctrico procede de la rodadura y no del motor. Asimismo, los fabricantes trabajan en compuestos y dibujos de neumáticos lo más silenciosos posibles.

Coches más silenciosos
Coches más silenciosos | Pexels

Por otro lado, la energía necesaria para que el neumático siga rodando debe ser lo más baja posible. Esto es un problema si se piensa en que también deben proporcionar un buen agarre. Por eso se estudian tanto los materiales utilizados en el compuesto de la goma, que deben ser de baja resistencia, ya que los neumáticos para coches eléctricos, también denominados EV, deben rodar de forma que consuman la menor cantidad de energía posible.

¿En qué difieren?

Los neumáticos para coches eléctricos cuentan con una tecnología mucho más avanzada en su construcción, por todo lo expuesto anteriormente. Para empezar, se intenta ahorrar en su peso, con diversas formas de aligeramiento. Y de cara a aumentar su rigidez, cuentan con una carcasa de doble capa, frente a la de simple capa que suelen montar los coches de combustión.

También es diferente el dibujo y los patrones de evacuación del agua dispuestos en la banda de rodadura, debido al mayor peso del coche y la complicación que eso supone a la hora de evacuar el agua en caso de rodar con lluvia o asfalto mojado. Por lo tanto, y en resumen, estos neumáticos están diseñados para ofrecer la menor resistencia a la rodadura, lo que proporciona un mejor compromiso entre el ruido de esta y su desgaste. Por si eran pocos los requisitos que se le exigen a un buen neumático EV, además deben colaborar al aumento de autonomía del vehículo eléctrico. Y de hecho, lo hacen, ya que con ellos se puede ganar hasta un 7% más de autonomía total, lo que se traduce también en una mayor rentabilidad por uso.

Coches eléctricos
Coches eléctricos | Pexels

De media, el incremento de peso de un coche 100% eléctrico es de un 30% más respecto a uno de combustión. Ya sólo las baterías de este tipo de vehículos rondan los 400 kilos. Por ejemplo, el Porsche “Taycan Turbo S”, con 761 CV y 1.050 Nm de par motor, acelera de 0 a 100 km/h en menos de tres segundos, en concreto 2,8. Es decir, en este tiempo, los cuatro neumáticos deben soportar el paso de sus casi 2.300 kilos desde parado a circular a 100 km/h. Y esto supone, además de un tremendo esfuerzo, que las ruedas necesitan un agarre superior al de un neumático normal y un estudiado refuerzo en su estructura para poder soportar esta aceleración instantánea.

Neumáticos para coches eléctricos
Neumáticos para coches eléctricos | Pexels

¿Cuándo deben cambiarse los neumáticos EV?

Como con cualquier otro neumático, depende de diversos factores. El primer factor a vigilar es la profundidad del dibujo de la banda de rodadura. Cuando sea menor del límite legal (1,6 milímetros) es el primer y evidente signo de que hay que proceder a su sustitución. El tiempo que pasa entre un cambio y otro puede no reflejarse en un consumo de esa banda de rodadura si no se ha utilizado el coche con asiduidad, pero tras 10 años también es recomendable sustituirlos aunque el dibujo tenga una profundidad más que suficiente y no llegue al límite legal. Dicho esto, este tipo de neumáticos ‘sufre’ más, principalmente porque soportan mayor peso y por el traslado del par motor instantáneo. Por eso, es conveniente revisarlos cada 40.000 o 50.000 kilómetros y proceder a su cambio o, en todo caso, seguir las recomendaciones del fabricante de los neumáticos y del coche.