“La voz salía de una placa oblonga de metal, una especie de espejo empañado, que formaba parte de la superficie de la pared situada a la derecha”. Así eran las telepantallas que aparecían en 1984, la distopía escrita por el británico George Orwell. Ayer se cumplieron 71 años de su publicación. Esos artilugios transmitían y recibían información constantemente, lo sabían todo sobre cada ciudadano. El Gran Hermano te vigila. “Cualquier sonido que hiciera Winston –el protagonista– superior a un susurro era captado por el aparato”. A lo largo del siglo XXI hemos asistido a la invasión de cámaras que ven lo que hacemos. Las tienes en las calles, colocadas en altura; en los vestíbulos de grandes estaciones de tren y aeropuertos; justo enfrente de tus ojos en los cajeros automáticos del banco; en pequeñas tiendas y centros comerciales; al entrar y salir de los aparcamientos… Por no hablar de drones y satélites que pueden conocer nuestra ubicación al centímetro.
Año 2020, la mente de Orwell no pudo intuir que sería un virus localizado en una población china la que iba a confirmar sus peores presagios sobre la vigilancia del ser humano por parte de otros seres humanos. El SARS-CoV-2 ha acelerado la tecnología vigilante, tanto que ahora una máquina es capaz de reconocer quién hay detrás de un rostro con mascarilla. La videovigilancia, en su momento de mayor esplendor, sirve para identificar a un delincuente huido o a un menor que haya desaparecido pero también está creando dudas sobre si vulneran la privacidad o si sus algoritmos tienen sesgos anticonstitucionales. La empresa tecnológica Surfshark ha analizado el estado de la videovigilancia en 194 países y la primera conclusión es clarificadora: 109 países utilizan o han aprobado el uso del reconocimiento facial. Solo Bélgica ha declarado ilegal el reconocimiento facial y Francia y Suecia lo prohíben expresamente en las escuelas.
El debate está sobre la mesa. Mientras en China parece que hay barra libre para la vigilancia de los ciudadanos, en EE. UU. la multinacional IBM acaba de remitir una carta al Congreso donde asegura que no ofrecerá software de análisis o reconocimiento facial a las fuerzas del orden. Según su CEO, Arvind Krishna, IBM no va a contribuir a desarrollar tecnología “para la vigilancia masiva, el perfil racial, las violaciones de derechos humanos y las libertades básicas o cualquier propósito que no sea coherente con nuestros valores”. IBM entiende que en la actualidad, con los avances de la inteligencia artificial, el reconocimiento facial ha mejorado mucho pero a menudo se utiliza por compañías privadas que apenas son supervisadas. Lo más grave es que hay dudas sobre el sesgo de los algoritmos de esta tecnología a la hora de prejuzgar en función de la edad, la raza o el origen étnico, según ha contado la publicación estadounidense especializada en tecnología The Verge. El responsable de IBM asegura que la tecnología "puede aumentar la transparencia y ayudar a la policía a proteger a las comunidades, pero no debe promover la discriminación o la injusticia racial".
Si echamos un vistazo rápido a la situación en Europa, la tecnología de reconocimiento facial está actualmente en uso o ha sido aprobada para su uso en 32 países. Antes de la pandemia, el pasado enero, la policía de Londres desplegó por toda la ciudad cámaras CCTV capaces de identificar caras. A finales de febrero ya había realizado su primer arresto aprovechando esta herramienta tecnológica que analiza los datos biométricos de las personas. Son los aeropuertos los lugares idóneos para iniciar su colocación, sobre todo tras los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York en 2001. Unos pocos aeropuertos españoles han usado datos biométricos de los pasajeros para realizar la facturación y el embarque sin tener que recurrir a la documentación.
Desde octubre de 2019, la Empresa Municipal de Transportes (EMT) de Madrid está ensayando este sistema para convertir el rostro de una persona en el método de pago. Te das de alta una aplicación, introduces los números de tu tarjeta bancaria y te haces un selfie. A partir de ese momento, te pones delante de la cámara de reconocimiento facial del autobús y ésta te identifica. En teoría, los datos son privados y el ensayo cumple con los requisitos del Reglamento General de Protección de Datos (RGPD). Parece que la ciudad de Madrid es la que más rápido va a la hora de instalar este tipo de videocontrol. El recinto ferial de Ifema –por donde en 2019 pasaron más de 4 millones de personas–, la Estación Sur de Autobuses –donde sus responsables dicen que ha servido para espantar carteristas y otros delincuentes– son algunos de los espacios de la capital con esta tecnología ya instalada.
La última aplicación conocida de esta tecnología tiene que ver con los bancos. Algunas entidades importantes han incorporado a sus cajeros hardware y software capaces de validar hasta 16.000 puntos de la imagen del rostro de un usuario y garantizar su identificación a la hora de sacar dinero.
Sin embargo, donde más inquieta este tipo de vigilancia es en China. En la actualidad, cientos de millones de cámaras controlan a minorías, buscan delincuentes y observan a estudiante en clase. Todo esto se llevaba a cabo antes de la pandemia por el coronavirus. Con la emergencia sanitaria, estas aplicaciones de vigilancia están siendo aún más, y mejor, aceptadas en esa parte del mundo, donde las garantías de privacidad son más suaves y donde parece que culturalmente aceptan un grado de control por parte de las autoridades.
Aquí puedes saber más sobre el reconocimiento facial por continentes.