Todos tenemos a un conspiranoico cerca, incluso dentro de nosotros. Somos humanos, tenemos dudas y sospechamos más de la cuenta de lo desconocido. No hace falta pensar que la tierra es plana para convertirnos en defensores y difusores de teorías disparatadas y noticias sin contrastar, para creernos bulos repetidos mil veces o hacernos fuertes sosteniendo ideas distópicas sin fundamento. Da igual la edad y los títulos que tengas, el lugar de residencia o tu nivel socioeconómico. Caer en las conspiranoias parece sencillo. Y los que confían en ellas se convierten rápidamente en personas seguras de sus argumentos, exhibidoras de una contundencia que ya la quisieran para ellos los científicos, que siempre se muestran más precavidos.
El avance del negacionismo, aunque sea de baja intensidad y ayudado por vídeos virales de personajes públicos con miles de seguidores en las redes sociales, lo hemos podido comprobar en una encuesta coordinada por el Instituto de Salud Carlos III e impulsada por la Organización Mundial de la Salud: un 30 % de los españoles no se pondría la vacuna del coronavirus. No quiere decir que todos esos ciudadanos piensen que hay una conspiración político-científico-tecnológica para inocularnos un chip de control social, pero sí demuestra que las dudas comienzan a hacer mella.
Hace pocos días, MIT Technology Review citó un interesante foro de internet donde gente tranquila acude a debatir y cuestionar creencias propias o ajenas. Las principales conclusiones que han sacado sus participantes es que nadie es inmune a las conspiranoias y que la distancia social ha ayudado a su propagación. Ante la imposibilidad de charlar más a menudo, y en persona, con nuestro entorno social, hemos acudido a las redes sociales y plataformas de mensajería instantánea y allí creemos que hay respuesta a todo.
En Levanta la cabeza hemos adaptado el décalogo de consejos del MIT para debatir de forma amigable con un conspiranoico, conocido o desconocido, e intentar desmontar lo que ya está demostrado:
Habla siempre con respeto. No hay nada como la empatía. Si nos ponemos a la misma altura de intransigencia argumental, probablemente la discusión (es mejor que sea una conversación) no lleve a ninguna partre. Si una persona cree que la mascarilla no sirve para nada, que le está afectando a sus pulmones, que está respirando su propio dióxido de carbono y que provoca falta de oxígeno, es difícil que le convenzamos de lo contrario en una sola charla si no comprendemos sus sensaciones. Quizá haya que explicar con tranquilidad, y mucho respeto, que las mascarillas no son estancas, entra aire por los laterales y por la parte superior y con ese aire entra el oxígeno y se elimina el CO2.
Hazlo por privado. Intentar rebatir un bulo comentando públicamente una entrada en Facebook, un tuit en Twitter o una publicación en Instagram puede provocar un efecto no deseado, que toda una marabunta de partidarios y opositores de la conspiranoia se enzarce en abierto con decenas de mensajes y memes que no se traducirán en un debate sano. Lo mejor es mandarle un mensaje directo e intentar mantener una conversación educada.
Lanza antes un globo sonda. Es importante tantear a la otra persona, conocer si quiere saber más o si, digamos lo que digamos, nunca cambiará de opinión. Siempre está bien mostrar que la verdad absoluta es difícil de conseguir pero es interesante percibir en el otro que hay un interés por poner en evidencia también sus propios argumentos y que conoce opiniones distintas a las suyas. Una mentalidad abierta siempre ayuda. Querer tener la razón siempre es un síntoma de que por mucho que hablemos, no llegaremos a ningún sitio.
Genera confianza. Está claro que siempre tendremos dudas sobre cómo surgió el coronavirus. Un murciélago, una fuga accidental de un laboratorio… Quién sabe. Lo que está claro es que tenemos un virus pululando por el mundo, que un nivel de contagio que asusta. Por eso hay que generar confianza. Todas las teorías conspiranoicas tienen un elemento en el que las dos partes pueden estar de acuerdo. En el diálogo no pasa nada por mostrar nuestras dudas como fórmula para coincidir con la otra persona y que esa coincidencia ayude a avanzar en mostrarle las evidencias científicas.
Prueba la técnica del ‘sandwich de la verdad’. La teoría del lingüista y científico George Lakoff, el denominado ‘sandwich de la verdad’, dice que hay destacar el hecho (realidad), desmentir la falacia y volver a resaltar el hecho (realidad). Así el bulo quedará desmontado frente a la simple repetición de una mentira. Los expertos del MIT ponían un ejemplo: Si estamos conversando con alguien que piensa que el 5G es el responsable del SARS-CoV2, tenemos que dejar muy claro que no hay dudas de que el virus se transmite por el aire (estornudos, toses y partículas). Lo estamos viendo en todos los días en cualquier parte del mundo. Como los virus no se transmiten por ondas de radio, el coronavirus no puede propagarse por el 5G. La amplificación de las conspiranoias se centra en la repetición de una mentira en redes sociales o grupos de mensajería instantánea. No vale solo con presentar una realidad probada, hay que insistir en desmentir la desinformación.
Haz preguntas e insiste. Lanzar preguntas para que la otra persona responda es importante. Hay que procurar que el otro, ante la batería de cuestiones, busque otras fuentes, vaya convenciéndose de que en su opinión hay inconsistencias. Las preguntas de ida y vuelta le generarán dudas y empezará a pensar que no sabe tanto como cree. Si el conspiranoico no se siente atacado, quizá sea más sencillo que no se mantenga en sus trece y deje una puerta abierta.
Estate atento si son seres queridos. No hay nada peor que discutir con alguien al que queremos. Si la conspiranoia puede provocar algún riesgo para el ser querido, habrá que buscar la mejor táctica, pero si no es peligrosa y te das cuenta de que no merece la pena intentar cambiar su opinión, a lo mejor una retirada a tiempo evita males mayores. A veces, hay que dejar pasar el tiempo para comprobar cómo han ido evolucionando sus creencias. Una discusión con un familiar o un buen amigo puede dejar un sabor de boca horrible.
Hay personas que no quieren cambiar de opinión. Lo podemos comprobar en esta España tan polarizada, donde las redes sociales, cargadas de bulos, están jugando un papel esencial para apuntalar tus creencias y no dar la oportunidad al cambio de opinión. A lo largo de la conversación te darás cuenta de que una persona tiene la mente abierta o no quiere cambiar de opinión por muchos estudios, hechos probados y fuentes verificadas le hayas mostrado. Si no se puede, no se puede.
Si la cosa se pone fea, para. Cuando una conversación se torna en discusión acalorada y las dos partes incrementan su enfado, es mejor parar. En persona, ante esta situación, puedes dejar de hablar, darte una vuelta y después intentarlo en otro clima. En las redes sociales la ira puede ir in crescendo hasta lo insoportable. Una buena solución es despedirte, apagar el móvil y a otra cosa.
Todo suma. Debemos entender que nadie, ni nosotros mismos, cambiamos del blanco al negro, o viceversa, en un rato. Podemos conformarnos con que la otra persona acuda a otras fuentes la próxima vez, con que haya puesto en dudas algunas afirmaciones en las que creía ciegamente. Poco a poco, todo suma.