Hay mapas del alma y mapas mentales donde ubicamos nuestros recuerdos y rutinas. Y también hay mapas captados a cientos de kilómetros de distancia que marcan la actividad lumínica del planeta o el estado de ánimo que mostramos con nuestros mensajes en redes sociales. Nos encanta cartografiar, tirar líneas y rutas, poner flechitas y marcas, situar objetivos y destinos. En el gran encierro muchos habrán tenido que modificar sus parámetros espacio-temporales para teletrabajar, otros habrán descubierto paseos terapéuticos por zonas de su barrio desconocidas hasta el momento. Incluso habrá quien haya trazado el recorrido semanal al supermercado con la distancia social de compañera o una ruta alternativa al centro de salud para evitar aglomeraciones.
Mapas, mapas, mapas. El último que hemos conocido es un mapa geoespacial que ha identificado las provincias españolas más vulnerables frente a la COVID-19. Lo han desarrollado la Universidad Carlos III de Madrid y la compañía TAPTAP Digital, especializada en tecnología de marketing digital. Han cruzado datos representativos y seleccionados de localización y de dispositivos móviles con otras fuentes de información para establecer qué zonas son las más vulnerables y requieren de más medidas de protección para evitar el colapso en caso de rebrotes. Además de Madrid y Barcelona, que por su densidad de población es lógico que estén en los primeros puestos de zonas calientes, el análisis geoespacial asegura que Castellón, Cantabria y Guipúzcoa son las tres provincias que tienen la mayor concentración de población de riesgo, y también que Toledo, Segovia, Salamanca o Navarra tienen menos cobertura hospitalaria respecto a la población vulnerable.
Los impulsores de la investigación creen muy pertinente entender cuál es la vinculación de la vuelta a la actividad industrial/comercial y de consumo con respecto a la evolución de la pandemia en las próximas semanas. Por ello, están monitorizando las distintas fases del desconfinamiento para poder alertar de las zonas más vulnerables.
Cambiamos de escenario y bajamos a la tierra. La publicación CityLab convocó recientemente a sus lectores a que dibujasen mapas de su realidad en tiempos de coronavirus, cómo eran sus hogares, vecindarios, pueblos y ciudades durante el encierro. Así un trabajador de Cupertino (California), una de las zonas más conocidas de Silicon Valley, plasmó las localizaciones del parque Blackberry Farm como si fuera un mapa con perspectiva medieval; otra californiana vecina de Walnut Creek montó un mapa con todos los animales que habían compartido sus caminatas, desde venados y mapaches a linces, pavos reales y gansos; y una madrileña, que se mantuvo firme en el confinamiento y solo salía al supermercado una vez cada diez días, elaboró un croquis de su casa con referencias a su día a día y sus vivencias –antes y durante la cuarentena– con forma de collage. Destacaba en su mapa a los vecinos que aplauden, el mundo exterior sin ascensor, la cola del supermercado o el gimnasio en medio del salón.
Entre los participantes hubo quien dibujó y conectó los pocos lugares que frecuentaba durante el confinamiento, un cartógrafo que se centró en los nuevos paisajes naturales y sonoros descubiertos estos meses, y una pareja que describió los cientos de desplazamientos, casi en bucle, que realizaban en su apartamento de Maryland.
El más curioso de estos mapas es el que creó una mujer de Pasadena que estuvo mapeando todos sus movimientos durante el encierro y dentro de su casa y patio usando el GPS. Lo que se ve, al final, son movimientos repetitivos y rutinarios. La cuarentena en estado puro.