En 1982, cuando se estreno la película Blade Runner en España, la mayoría vio muy lejano que las máquinas tomaran conciencia, anhelasen tener recuerdos y quisiesen vivir más. Casi cuatro décadas después, el debate no se centra tanto en si los androides lograrán tener emociones –la cosa va despacio–. Hoy nos preocupa si estamos preparados los humanos para conectar nuestro cerebro –el que garantiza la autodeterminación y la libertad en la toma de decisiones– a una máquina y trastocar nuestras emociones, sensaciones y pensamientos. ¿Estamos preparados para implantes cerebrales que permitan que recibamos información de forma directa? ¿existe la posibilidad de que nos implanten pensamientos y que nos extraigan datos que solo tenemos en nuestro cerebro?
La neurociencia y la neurotecnología avanzan sin parsimonia y mientras nos ponemos en lo peor, también están logrando ‘milagros’ en pro del bienestar común: control mental de prótesis, de robots y de programas informáticos; implantes que permiten escuchar a personas con sordera o estimular el nervio óptico en pacientes con lesiones; estimulación para recuperar el control autónomo de las extremidades en sujetos con parálisis... Todavía en investigación, ya se empieza a atisbar que llegará el momento en que podamos transmitir pensamientos a larga distancia, percibir vídeos o llamadas telefónicas desde dispositivos externos como el smartphone, o recuperar capacidades perdidas –como por ejemplo el tacto o determinados movimientos– por un accidente.
La neurotecnología es apasionante e inquietante a partes iguales. Control de la diabetes, combatir la obesidad, tratar el Parkinson, el trastorno obsesivo-compulsivo o la depresión… casi todo se podrá hacer con la estimulación cerebral profunda (Deep Brain Stimulation). ¿Y qué pasa con nuestros recuerdos? Hoy ya se estimula el cerebro para ayudar a recuperar recuerdos, dentro de unos años se podrán reescribir esos recuerdos para incorporarlos a la mente, un poco más allá seguro que se lanzan implantes comerciales de recuerdos y dentro de dos décadas los expertos calculan que podremos eliminar recuerdos tristes y crear otros más positivos. Aquí llega el primer gran reto: si ya tenemos el control de nuestros recuerdos, no tardarán mucho en aparecer ciberdelincuentes que quieran manipularlos, robarlos, venderlos… y chantajearnos.
Probablemente estamos hablando de uno de los desafíos legales más importantes que tiene la humanidad. Por eso, uno de los puntos de la primera versión de la Carta de los Derechos Digitales, que ayer martes presentó Carme Artigas, secretaria de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial, son los ‘Derechos en el empleo de las neurotecnologías’. El Gobierno y el grupo de expertos que asesora pretenden que se regule por ley el uso de la neurotecnología para que garantice la autodeterminación, la libertad de toma de decisiones, la confidencialidad y la seguridad de los datos cerebrales. También se regulará el empleo de estas técnicas en la potenciación de las capacidades mentales “para garantizar la dignidad, la igualdad y la no discriminación”.
Según el primer texto presentado ayer por la secretaría de Estado de Digitalización, la legislación debe ordenar el uso de interfaces persona-máquina susceptibles de afectar a la integridad física o psíquica. En sus doce páginas, la Carta de Derechos destaca que se regulará el empleo de neurotecnologías que, “más allá de su aplicación teapéutica, pretendan el aumento cognitivo o la estimulación o potenciación de las capacidades de las personas”.
Los expertos tendrán que explicar ahora dónde se ponen los límites de esta tecnología que nos introducirá datos en el cerebro. En National Geographic España, la neuropsicóloga Elena Muñoz Marrón, de la Universidad Oberta de Catalunya y jefa del laboratorio Cognitive NeuroLab, ha asegurado que aunque “no se cuál es el límite, creo que la neurotecnología no avanza tan rápido com parece. Queda mucho por hacer. Eso sí, los avances no nos pueden pillar por sorpresa. Debemos estar preparados para afrontarlos de manera seria y ética”. Promover que las tecnologías emergentes sean éticas, inclusivas y justas es quizá el principal reto. Lo mismo ocurre con la inteligencia artificial, otra de las innovaciones con más futuro para lograr un bienestar común, que al mismo tiempo no está exenta de riesgos de control y manipulación.
Tanto en la inteligencia artificial como en la neurotecnología, la explotación intensiva de los datos personales que generamos los humanos cada minuto es la piedra de toque, el gran tesoro que todos querrán.
Juristas y expertos en neurotecnología pretenden que se aprueben ‘neuroderechos’, una normativa legal de obligado cumplimiento para desarrolladores e ingenieros informáticos y para neurotecnólogos. Además, exigen que se incorporen a la Declaración de Derechos Humanos y que los Estados también estén obligados a cumplirlos. En resumen, la idea es proteger a las personas de injerencias y manipulaciones que pongan en riesgo la identidad personal, el libre albedrío, la privacidad de nuestro cerebro y nos proteja frente a sesgos. En esta línea, el borrador de la Carta de Derechos Digitales asegura que “los procesos de transformación digital, el desarrollo y el uso de tecnología digital, así como cualquier otro proceso de investigación científica y técnica relacionado con ellos, deberán garantizar la dignidad humana, los derechos fundamentales, el libre desarrollo de la personalidad y ordenarse al logro del bien común”.
Al margen de los ‘neuroderechos’, el primer esbozo de la Carta de Derechos Digitales incorpora la protección de los menores en el entorno digital, responsabilizando a los progenitores o tutores de un uso responsable de la tecnología; la protección de las personas con discapacidad para que puedan participar de forma efectiva; el derecho a no ser sometido a análisis de personalidad y conducta con el fin de establecer perfiles; el derecho a no ser objeto de localización; el derecho a la herencia de todos los bienes y derechos de los que sea titular una persona fallecida en el espacio digital; la obligación de los proveedores de realizar una oferta transparente de servicios sin discriminación por motivos técnicos o económicos; el derecho a la identidad digital, que no podrá ser alterada, controlada o manipulada; o el derecho a utilizar seudónimo si alguien no quiere dar su nombre y apellidos.
Según este primer borrador, que ahora está en fase de consulta pública, la Carta de Derechos Digitales garantiza la libertad de expresión e información, la participación ciudadana por medios digitales, la educación digital –“el sistema educativo garantizará la plena inserción del alumnado en la sociedad digital y el aprendizaje de un uso de los medios digitales seguro y respetuoso”–, o la desconexión digital.