La realidad cambia muy rápido. La misma rapidez con la que varía la percepción sobre el valor de nuestros datos y el respeto a la privacidad. Si hoy nos piden permiso para saber nuestra temperatura y dónde estamos, o para grabar nuestra tos, como método más eficaz para controlar la expansión del coronavirus, lo normal es que dijésemos que sí. Si confiesan que la información sobre mi estado de salud puede acabar en terceras manos, la respuesta quizá sería otra. Apenas nos quejamos cuando facilitamos pistas a través de las apps del móvil, de nuestras compras o de nuestras búsquedas en internet y, por contra, otras veces ponemos el grito en el cielo porque una operadora telefónica ha cedido datos de geolocalización para hacer una macroencuesta con datos anonimizados sobre situación socio-económica

¿Qué vamos a hacer con nuestros datos en esta segunda fase de la pandemia cuando se aligeren las medidas del encierro domiciliario, no sepamos quién está infectado y el control de movimientos y de la temperatura formen parte de nuestra vida cotidiana?

Hace poco más de un año, la economista y ensayista norteamericana Shoshana Zuboff plasmo en un libro la teoría que llevaba al menos un lustro desarrollando: caminamos hacia un 'capitalismo de vigilancia' donde la realidad se ha mercantilizado y se ha transformado en datos de comportamiento para su análisis y venta. En The Age of Surveillance Capitalism, Zuboff examina con detalle el poder de las grandes corporaciones y sus súper estructuras tecnológicas para predecir y controlar nuestro comportamiento. Y de repente, a principios del 2020, llegó un virus desde China y todo lo precipitó. El debate sobre la vigilancia de la sociedad se ha agudizado más en los últimos días. Todavía no hemos salido de casa pero ya imaginamos un futuro con demasiado control.

El lunes 20 de abril, más de 300 investigadores y científicos de todo el mundo firmaron un manifiesto, que han enviado a los distintos gobiernos, mostrando su preocupación porque algunas de las soluciones tecnológicas que se plantean “permitirían una vigilancia sin precedentes de la sociedad en general”. Entre los firmantes hay ocho investigadores españoles especialistas en inteligencia artificial, privacidad y seguridad informática, que admiten que “necesitamos formas innovadoras de salir del estado de confinamiento”.

Son conscientes de que para combatir la pandemia es necesario rastrear los contactos de las personas contagiadas, que ese rastreo se ha utilizado en muchas epidemias anteriores de forma manual –más lentas– y que las apps de rastreo en los teléfonos inteligentes de los ciudadanos pueden mejorar la situación aunque advierten que también “pueden permitir la discriminación y la vigilancia injustificadas”.

Este grupo de científicos prefiere las aplicaciones basadas en el Bluetooth que las que comparten la geolocalización (GPS). Las primeras protegen mejor la privacidad que las segundas, que envían los datos a una ubicación centralizada y que podría quebrar la confianza del usuario. Los firmantes temen que esa información pueda llegar al Estado, al sector privado o a ciberdelincuentes.

Estos especialistas en tecnología y privacidad creen que son más seguras las apps que transmiten la información por Bluetooth. Esa correspondencia garantiza que la información de los usuarios contagiados es lo más anónima posible y los datos de los que no tienen coronavirus no se revelaría. De hecho, el proyecto conjunto entre Google y Apple para hacer posible el rastreo y control del coronavirus en la inmensa mayoría de smartphones (iOS y Android) es a través de Bluetooth. La duda es si la alerta que produzca la persona contagiada a los que se han relacionada con ella se mandarán no solo a sus contactos sino también a las autoridades gubernamentales y sanitarias del país.

El Parlamento Europeo apoyó el pasado 17 de abril el sistema descentralizado para que los datos generados no se almacenen en bases de datos centralizadas, más propensas al abuso. En la misiva remitida a los gobiernos, los 300 investigadores exigen que las apps de rastreo solo se usen para respaldar medidas de salud pública para contener la COVID-19, que cualquier solución tecnológica que se tome sea transparente y al alcance del análisis público, que ante dos opciones debe elegirse la que más preserve la privacidad, y que sea siempre de carácter voluntario.

El mismo día que los científicos enviaron la carta, el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, escribía una carta en el diario The Washington Post defendiendo el uso de los datos para combatir el coronavirus. Empieza su artículo asegurando que los gobiernos necesitarán tener información fiable cuando se reabran las sociedades para poder determinar con precisión “donde enviar recursos, como ventiladores y equipos de protección personal, y que áreas son más seguras para que puedan ser abiertas nuevamente”. Zuckerberg defiende que Facebook puede ayudar a las autoridades a obtener la información que necesitan. La red social tiene a día de hoy casi 2.500 millones de usuarios.

Pronosticar la enfermedad con un cuestionario a través de Facebook –en EE.UU. reciben 1 millón de respuestas a la semana– es una de las pretensiones del Zuckerberg, que asegura que el experimento lo quiere ampliar a nivel mundial.

Por otro lado, sus mapas de prevención de enfermedades a través de su programa Data for Good estarían facilitando información para una mejor toma de decisiones. El fundador de Facebook pone tres ejemplos: en Taiwan han podido identificar las zonas con mayor probabilidad de infección, en Italia están analizando medidas de confinamiento en relación con la desigualdad de ingresos o en California dirigen los mensajes de salud pública dependiendo de los datos actualizados de esos mapas.

El propio Zuckerberg sostiene que esos datos pueden ser una oportunidad de beneficiar a la salud pública y que al mismo tiempo se debe proteger la privacidad de los usuarios. “El mundo se ha enfrentado a pandemias antes, pero esta vez tenemos una superpotencia: la capacidad de recopilar y conmpartir datos. Si lo hacemos de forma responsable, soy optimista que ayudarán al mundo a responder a esta crisis de salud y a comenzar el camino hacia la recuperación”.

Volvamos al principio. Antes de la pandemia había voces muy críticas con la utilización abusiva de los datos personales que generamos en la vida diaria a travé de la conexión a internet y del uso del móvil. En ese 'capitalismo de vigilancia' que citaba Zuboff no hay que confundir las tecnologías que se han desarrollado con las empresas que las utilizan. “Es una mutación del capitalismo moderno. Su materia prima son los datos que obtiene a partir de la vigilancia del comportamiento de las personas. Luego transforma esos datos, cómo actúa una persona concreta, en pronósticos de cómo actuará en el futuro. A continuación, estos pronósticos son puestos a la venta a otras empresas, anunciantes, aseguradoras, grandes almacenes, proveedores sanitarios… en una modalidad nueva de mercado”. Hoy quizá seamos menos críticos pero cuando regresemos a la normalidad, muchas cosas habrán cambiado y tendremos que estar vigilantes.

Como reconocía el historiador Yuval Noah Harari, autor del archiconocido Sapiens, “en este momento de crisis, enfrentamos dos opciones particularmente importantes. El primero es entre la vigilancia totalitaria y el empoderamiento ciudadano. El segundo es entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad global”. En cualquier de las dos, los datos y la información serán partículas elementales.