Puede que nuestros móviles sean capaces de ponernos labios en las fotos, reconocer la canción que está sonando en el súper o sugerirnos una ruta alternativa para no llegar tan tarde. Nuestros aparatos pueden hacer todo eso y más, pero si no tenemos batería, se convierten en un trasto inútil. Esta dependencia nos da pistas de hasta qué punto es interesante el debate que está sucediendo ahora mismo alrededor del futuro de los cargadores.
También contribuye a este interés el enfrentamiento entre dos posturas animosamente contrapuestas. A un lado tenemos a la Unión Europea, que está decidida a fijar un cargador universal para todo el continente. Una medida que no ven con malos ojos la gran mayoría de fabricantes. ¿Quién tuerce el gesto? Quien espera al otro lado del cuadrilátero: Apple, la compañía para la que no existe la palabra compatible más allá de su gama de iAparatos. Cuando prácticamente todos los fabricantes de móviles han adaptado el conector USB de tipo C, la compañía de Tim Cook sigue apostando en casi todos sus dispositivos por su propio cable, el Lightning.
La postura de la UE es clara al respecto: un conector universal permitiría intercambiar cargadores independientemente del fabricante del móvil que se quiere cargar. Con esto se potenciaría la reutilización y se reducirían los desechos electrónicos, al alza en los últimos años. Según un informe de la UE, solo los cargadores generarán cada año unas 12.000 toneladas de desechos electrónicos entre 2020 y 2028.
Solución diferente, mismo problema
Ante estas cifras, la UE se plantea una fórmula nueva: la carga inalámbrica. La carga inalámbrica no es nueva. Apple revitalizó su sistema de recarga magnética para portátiles MagSafe para su iPhone 12 (que vende sin cargador de cable, decisión denunciada por FACUA). Xiaomi y Samsung comercializan cargadores inalámbricos para hasta tres aparatos. Incluso Ikea vende una especie de botón gigante y negro que rellena la batería de tu móvil en unas pocas horas. No es rápido, pero tampoco puedes pedirle mucho para los 5 euros que cuesta.
Hay dos argumentos que apoyan a la carga inalámbrica. El primero es que reduce notablemente el desgaste de las piezas internas del teléfono al no tener que enchufar el dispositivo al conector cada vez que se quiere cargar. Así, los puertos del teléfono sufren menos y duran más. Esta ventaja no admite dudas.
El otro argumento es que resulta más sostenible porque minimiza el uso de cargadores con cable. Sí y no. Un cargador inalámbrico actual puede sustituir al periférico con cable, pero no deja de ser cambiar un aparato por otro. Sí podría haber una verdadera reducción de aparatos en uso en la gama de cargadores inalámbricos que pueden cargar varios móviles a la vez. En este caso, bastaría con uno solo para cargar hasta tres dispositivos. Sin embargo, no hay muchos modelos múltiples (y fiables) en el mercado y los que hay cuestan alrededor de 100 euros (entre 10 y 15 veces más que los cableados de toda la vida) y solo son compatibles con los últimos modelos de iPhone, Samsung y unas pocas marcas punteras más.
Por tanto, en la mayoría de las situaciones dejaríamos de usar cargadores con cable para sustituirlos por cargadores inalámbricos, que igualmente deben enchufarse a una fuente de energía. Nos quedamos como estábamos.
Necesitan más energía
El principal punto que pone en duda la sostenibilidad de los cargadores inalámbricos es el gasto energético. Este tipo de cargadores necesita más tiempo para cargar los dispositivos que los modelos cableados, lo que implica que consume una mayor cantidad de electricidad.
Ya lo advirtió hace unos años el propio Wireless Power Consortium (WPC), la asociación para el impulso de las conexiones inalámbricas a través de estándares internacionales. En 2016, evaluó la eficiencia de la carga inalámbrica, entendiendo eficiencia como el porcentaje de energía destinada a la carga de una batería que efectivamente se usa para la carga. Un 100% supondría cero desperdicios energéticos. Pues bien, los datos que publicó el WPS cifraban la eficiencia entre un 40 y un 60% en el mejor de los casos.
Cierto es que este estudio tiene ya un lustro y que la tecnología magnética en que se basan estos aparatos ha evolucionado. Pero investigaciones más recientes sugieren las mismas dudas. En concreto, el portal de tecnología Debugger publicó un artículo —menos formal que el informe de WPC pero bastante más entretenido de leer— comparando cuánta energía necesitaban consumir un cargador con cable y uno inalámbrico para rellenar la batería de un Pixel 4, un teléfono de Google que podríamos considerar de gama alta. El resultado de la comparativa arrojó que la carga inalámbrica necesitó un 47% más de energía que la versión cableada.
A falta de respuestas, nuevas preguntas
Las dudas que plantean los cargadores inalámbricos desde el punto de vista de la sostenibilidad han llevado a la UE a pedir un informe al respecto. Un nuevo retraso en su cruzada a favor del cargador universal que se suma a unas cuantas demoras. Porque, lo creamos o no, este plan lleva sobre la mesa 12 años. Fue en 2009 cuando la UE sugirió que 30 tipos distintos de cargadores eran demasiados e instó a los fabricantes a que redujeran su número. Las marcas escucharon la demanda y, Apple incluida, se comprometieron a trabajar juntas para llevar un modelo estándar al mercado al año siguiente.
Más de una década después de esta promesa, seguimos sin un conector universal, aunque sí podemos hablar de cierta estandarización gracias al conector USB de tipo C que usan fabricantes como Samsung, Xiaomi, Huawei o LG.
Si para el futuro será determinante la carga inalámbrica o no, todavía no podemos saberlo. Lo que sí está claro es que el debate continuará más allá del cable sí o cable no, pues lo que late de fondo en este asunto es el choque de dos formas de plantear un negocio tecnológico: por un lado, crear dispositivos compatibles entre sí aunque los fabricantes sean distintos, lo que favorece la reutilización de periféricos; o bien desarrollar una gama de dispositivos con tecnología privativa que solo sea compatible entre los aparatos de un mismo fabricante, lo que potencia la obsolescencia programada y dificulta la reutilización.
La UE está determinada a potenciar lo primero y luchar contra lo segundo, un modelo privativo que encarna ahora mismo Apple. Veremos si puede imponerse frente a la compañía estadounidense. Hasta ahora no lo ha conseguido.