Mirar hacia los lados ayuda a orientarse, a saber qué nos deparará el futuro más presente. En plena salida del confinamiento, uno no sabe si girarse hacia el oeste o hacia oriente. En un extremo, el virus corre como la chispa de una mecha. En EE. UU., Brasil, Chile o Perú los números asustan. Los presidentes no se ponen mascarilla de cara al público o toman cosas raras para no coger la COVID-19. En el otro lado, todo parece más controlado, higienizado… y frío. China apenas tiene contagios, Corea del Sur no para de innovar, igual que Singapur, pero la sombra de un Estado vigilante acecha. Quizá debamos mirarnos a nosotros mismos, a qué es lo que estamos haciendo bien o mal en Europa. En Italia, las autoridades sanitarias están tan preocupadas por las aglomeraciones nocturnas tras aligerar el confinamiento que tienen pensado reclutar más de 60.000 voluntarios para controlar que se cumplan las normas de seguridad y distanciamiento físico. Una singular patrulla de vigilantes a la que llaman ‘asistentes cívicos’.

En Singapur han optado por los droides con forma de perro. Desde el pasado 8 de mayo y hasta el 22 de este mes, un robot llamado Spot se ha convertido en patrullero policial en el parque Bishan-Ang Mo Kio. Los usuarios del recinto verde han visto como un robot con forma de animal sin cabeza, de color amarillo, atravesaba los distintos terrenos de esta zona con gran biodiversidad para controlar la distancia de seguridad entre ciudadanos. Ha sido un ensayo de cómo vigilar las zonas abiertas en las ciudades. Los droides han ayudado a los agentes de policía a informar a paseantes y deportistas de las medidas de prevención frente al virus. Fabricado por Boston Dynamics, ya se ha usado en un hospital norteamericano para asistir a pacientes de COVID-19. Evalúa los síntomas de los enfermos a distancia reduciendo la exposición al virus del personal de los hospitales y se comunica a través de una tableta. Si a Spot le incorporan luces ultravioletas, podría también hacer labores de desinfección en hospitales, estaciones de metro y otros lugares públicos. Los investigadores también prueban incorporar al droide una cámara térmica para medir temperatura y capacidad respiratoria y lentes para identificar cambios en el pulso sanguíneo.

En el Estado de Connecticut (EE. UU.) se ha probado un dron que puede detectar cuándo alguien tiene fiebre y controlar si se cumple la distancia física de seguridad. El dron policial dispone de altavoces para poder transmitir mensajes de advertencia o emergencia. No es Robocop ni Terminator y por ahora solo se dedican a observar. En la pantalla de los operadores del dron se puede ver a un ciudadano rodeado de un círculo de color verde (mantiene las distancias) o de color rojo (está a menos de dos metros de otro ser humano). Estos drones, que también pueden detectar la frecuencia cardiaca o carencias respiratorias, han sido desarrollados por Draganfly, una empresa con sede en Canadá especialista desde hace años en vehículos no tripulados.

En Madrid, por su parte, la Policía Municipal puso en funcionamiento el pasado 9 de abril unos drones de vigilancia con un altavoz capaz de hacer llegar el sonido a 400 metros distancia, cámaras 4K y termográficas para detectar la temperatura corporal. El problema es el pilotaje en zonas complicadas. Hasta que la inteligencia artificial (IA) permita las maniobras autónomas de los drones, son humanos los que realizan la operación. La Unidad Militar de Emergencia (UME) del Ejército también ha utilizados vehículos no tripulados para desinfectar residencias de mayores.

Otra de las novedades que más han llamado la atención en los últimos días son los cascos policiales inteligentes. Utilizados ya en Italia, China y Dubai –donde en 2017 ya patrullaba las calles el primer policía robot–, esta tecnología permite transmitir en vivo y mostrar la temperatura de las personas con mascarilla que pasan por delante de su objetivo. Lo cierto es que en China ya se testó en abril máquinas capaces de identificar rostros con mascarilla. La vigilancia del futuro va a tratar de esto, de saber si tenemos fiebre o no, aunque el casco policial no sabe si la temperatura es por el coronavirus o por otra razón y tampoco localizará a los asintomáticos, aquellos que tienen la COVID-19 pero que no desarrollan los síntomas y nunca llegan a tener fiebre.

El casco KC N901 está equipado con un procesador ARM, una pantalla de realidad aumentada, una cámara de infrarrojos y una cámara de luz visible. Según ha relatado Business Insider, en China funcionan ya 1.000 de estos cascos, cuyo precio oscila entre los 4.500 y los 6.500 euros. La compañía, KC Wearable, ha informado del envío de cascos a Dubai, Italia y Holanda para hacer pruebas. Algunos ciudadanos italianos ya los han visto junto a la catedral de Milán. En China lo están usando policías locales, enfermeras, vigilantes de seguridad y controladores de las estaciones de metro.