Han pasado doce meses desde aquel 11 de marzo de 2020. Ese día la palabra coronavirus se instaló en nuestro cerebro para siempre. Ese día seguro que hubo escenas de la normalidad que no se han vuelto a repetir. Escena 1: Un grupo de chicos y chicas no para de moverse, tocarse y hablarse a la cara junto a la barra entre cañas de cerveza y aperitivos. Se cortan unos a otros, acercan sus rostros, suben la voz. Se ríen, discuten. Escena 2: Tres colegas están reunidos cara a cara en una mesa de una cafetería. Cada gesto es interpretado de una forma, los códigos varían. Un movimiento de labios, una mueca… Todo suma. Escena 3: Una veintena de súper amigos vibra durante la actuación de un festival. No hace falta hablar, solo moverse. El cuerpo comunica, el rostro comunica.

¿A qué viene todo esto? No es solamente nostalgia. Todas esas escenas se han trasladado por culpa de un virus a la pantalla de nuestro ordenador. Gracias a las videollamadas mantenemos el pulso social y profesional, resolvemos problemas familiares y momentos de soledad, podemos estar ‘cerca’ de los nuestros… pero la ‘nueva normalidad’, cuadriculada en un monitor, también cansa. Igual que el otro día os ofrecimos una guía ilustrada de cómo no meter la pata en las videoconferencias, hoy os contamos qué es eso de la ‘fatiga de Zoom’.

En mayo de 2020, después de los primeros meses de confinamiento, os explicamos que las videollamadas tenían un cara b. Ahora, Jeremy Bailenson, experto en psicología cognitiva y director del Laboratorio Virtual de Interacción Humana de la Universidad de Stanford (EE. UU.), ha investigado sobre este agotamiento y lo explicó el pasado mes de febrero en un artículo en la American Psychological Association titulado ‘Sobrecarga no verbal: un argumento teórico para las causas de la fatiga de Zoom’. Aunque Bailenson no acusa a la herramienta, sí sugiere que haya mejoras en la aplicación y reclama estudios rigurosos sobre las consecuencias psicológicas de pasar tantas horas al día en videollamadas. Estas son cuatro razones de este agotamiento:

Verse todo el día estresa.

Desde los años 70 del siglo XX existen estudios que demuestran que las personas son más propensas a autoevaluarse cuando se miran en el espejo y que en ocasiones verse a uno mismo en vídeo puede afectar negativamente. Bailenson reconoce que esas investigaciones se realizaron mostrando vídeos en tiempo real de no más de una hora. Imagina cómo puede afectar verse a uno mismo en un cuadradito de la pantalla durante horas. “Aunque en Zoom uno puede cambiar la configuración para ‘ocultar la vista propia’, lo predeterminado es que vemos nuestra propia cámara y nos miramos a nosotros mismos durante horas”. Qué pasaría si en tu oficina alguien te pusiese un espejo delante cada dos por tres. En tu mesa, en la reunión, hablando con un compañero, en la máquina de café… Qué tortura verse a uno mismo todo el día.

Siempre el mismo campo de visión.

A no ser que ocurra una urgencia o que estés con personas de mucha confianza, lo normal es que durante la videoreunión te mantengas en la misma posición todo el tiempo. Nos esmeramos por permanecer en ese campo de visión sin hacer muchos aspavientos o gestos que puedan ser malinterpretados. A veces piensas que estás demasiado lejos de la cámara, o excesivamente cerca; te preguntas cómo te ven los de enfrente, no sabes si subir o bajar los brazos, si hacer un estiramiento de cuello es de mala educación. Vamos, otro elemento de estrés. En los encuentros físicos, la gente se mueve, se aleja, se acerca, te susurra, grita, te sientas, das vueltas… Bailenson cita un estudio que dice que las personas que caminan, incluso en interiores, son más creativas que las personas que están sentadas. Y pone un ejemplo muy descriptivo: en una llamada teléfonica tenemos la convicción de que la otra persona nos está prestando atención total a lo que decimos cuando a la vez de atendernos puede estar tendiendo la ropa, moviéndose por su casa, con los ojos cerrados o regañando de forma gestual a su hijo. Toda la vida, hasta hace muy poco, nos hemos conectado telefónicamente sin tener que vernos la cara.

Más esfuerzo en los gestos y el tono de voz.

Está claro, por inercia hablamos de otra manera en las videollamadas. Intentamos vocalizar mejor, hablar más alto o gesticular de otra manera. Pensamos así que se nos entenderá mejor. También es verdad que de cintura para abajo ya nada importa. Da igual si no paras de mover las piernas, si estás en pijama. Luego está esa percepción de que nos observan continuamente. Con la pantalla llena de cuadraditos, en realidad no sabemos quién mira a quien. Las señales no verbales son menos y no son interpretadas de la misma manera que si estuviésemos en una conversación cara a cara.

El tamaño de las caras y la distancia.

“En las reuniones individuales realizadas a través de Zoom, los compañeros de trabajo y amigos mantienen una distancia interpersonal reservada para sus seres queridos”. Esta apreciación del especialista de Stanford es clave. Acuérdate de la distancia que mantienes en las relaciones físicas. Si estás en una mesa de reuniones en la oficina, estar por debajo de 60 cm. se considera como relación íntima. Solemos estar más lejos. Igual que cuando hablas con una amistad, de pie, te sitúas a menos distancia. Pero en las videollamadas, el comportamiento está basado en largos periodos de miradas directas a los rostros de los demás y en la cercanía, que en realidad son conductas reservadas a las personas más íntimas. Cuántas veces, en una reunión grupal profesional, puedes estar atendiendo y a la vez mirando hacia la mesa, a tus notas. En conclusión, el equilibrio entre la mirada y la distancia interpersonal se ha trastocado con las reuniones virtuales donde la cuadrícula de intervenientes y la configuración del punto de vista influyen. La mirada frontal durante mucho tiempo agota: “es como si todos en el vagón del Metro girarán sus cuerpos de manera que sus rostros estuvieran orientados hacia tus ojos”, explica Bailenson.

Como resumen, este investigador reconoce los parabienes de Zoom y otras aplicaciones de éxito desde que llegó la pandemia, pero advierte que la interfaz actual de las herramientas de videollamada “están causando consecuencias psicológicas y fatiga”. Y dice que tiene fácil solución: la configuración predeterminada debería ocultar la ventana propia en lugar de mostrarla o más reuniones solo con audio. También reconoce que las similitudes de las relaciones virtuales con las presenciales son más que las diferencias. “De hecho, el éxito de las videollamadas gira en torno a su capacidad para imitar las conversaciones cara a cara”.

Con ligeros cambios, explica Bailenson, Zoom tiene el potencial de continuar impulsando la productividad y reducir las emisiones de carbono al reemplazar el viaje diario. Sobre esto último, otros investigadores tienen sus dudas. #LevantaLaCabeza.