Será por la luminosidad de la pantalla. O por la distancia entre nuestros ojos y el texto. Será por los estímulos que rodean la lectura, las notificaciones, los iconos del smartphone, las barras de menús del ordenador. Será que usamos más los dedos. ¿Por qué será que nuestra concentración no es la misma cuando leemos en una pantalla y cuando cogemos un libro impreso? O quizá sea la misma, pero cuando elegimos un libro en papel intentamos convertir ese momento en un ritual, ponemos el móvil en modo avión, encendemos una lámpara más adecuada y buscamos un asiento cómodo. Será eso. Lo cierto es que vinculamos la lectura de páginas impresas con una burbuja contra las interferencias exteriores. Agarrar el libro con las manos lleva a olvidarte de lo que hay a los lados o detrás del ejemplar. La mirada se clava en las palabras. Parece como si el cerebro se desconectase un rato y solo fuésemos capaces de hacer una cosa: leer.

Por contra, cuando tenemos el móvil o el ordenador a pleno rendimiento nos creemos seres multitareas capaces de hacer varias cosas a la vez. De resolver el problema de matemáticas mientras miramos los mensajes de WhatsApp y escuchamos música en los auriculares. De responder mails mientras analizamos los resultados de las elecciones de EE. UU. en Pensilvania y subimos una foto a Instagram. De escuchar una charla en Zoom mientras terminamos la tarea del día.

“El uso del móvil conduce a la sensación de ser capaces de hacer varias cosas a la vez. La multitarea en realidad es aparente ya que lo que hacemos es interrumpir por breves espacios de tiempo las tareas que realizamos. Por ello, hablamos de distracción, falta de concentración y dispersión”, explica Begoña Gros Salvat, catedrática del Departamento de Teoría e Historia de la Educación de la Universitat de Barcelona. En un artículo publicado en The Conversation, Gros viene a decirnos que el (mal) uso del smartphone nos está convirtiendo en personas distraídas.

La cuestión de fondo es si la supuesta capacidad multitarea está afectando a nuestra capacidad de concentración en la lectura. “Un problema de la lectura es que con el uso del móvil la concentración se hace más difícil debido a las constantes interrupciones que no somos capaces de controlar y que, a menudo, nos conducen a una mayor dispersión. De tanto leer en diagonal en las pantallas, cuesta cada vez más enfrentarse a una lectura reposada”, escribe Begoña Gros.

La neurocientífica y lingüista norteamericana Maryanne Wolf, autora del exitoso Lector, vuelve a casa. Cómo afecta a nuestro cerebro la lectura en pantallas (Ed. Deusto), asegura que las pantallas están asociadas con la distracción, lo que perjudica una lectura profunda. Y sin lectura profunda y reposada es más difícil el análisis, la reflexión, el pensamiento crítico, la empatía o la imaginación. Este tipo de lectura requiere una calidad de atención. Y con las pantallas hablamos de ‘atención parcial continua’, un proceso que consiste en prestar atención simultánea y continua a diversas fuentes de información, pero a un nivel superficial. El término, acuñado a finales de la década de los 90 del siglo pasado por Linda Stone, consultora vinculada en un principio a gigantes tecnológicos como Apple o Microsoft y que hoy en día trabaja en World Wildlife Fund (WWF), una de las mayores organizaciones que luchan por la conservación de la naturaleza. Lo que Stone descubrió es que en las pantallas miramos de forma insustancial la información que nos llega, nos quedamos con alguna idea, y pasamos al siguiente flujo de información. Prestamos atención, pero solo parcialmente. Tenemos más datos en el cerebro, pero no los estudiamos cuidadosamente.

No podemos negar que la forma en que leemos en la era digital está trastocando nuestro cerebro, estamos perdiendo la denominada ‘paciencia cognitiva’. La sobrecarga de información, la conectividad sin fin y la simultaneidad de tareas disminuye nuestra capacidad para estar concentrados en una sola cosa. Nos hemos vuelto impacientes cognitivos y una de las facetas donde más se nota es en la lectura tranquila. Tenemos un libro en nuestras manos y miramos de reojo el móvil. Nos mantenemos alerta esperando que salte una notificación. El tiempo de lectura se reduce, se parte.

La cosa se ha agravado durante el confinamiento por la pandemia del coronavirus. Además de un contexto que genera ansiedad, la infodemia (sobreabundación de información) desde marzo y la saturación de fuentes ha afectado a la lectura. De hecho, todos hemos escuchado a algún conocido que ha perdido la capacidad de concentración para dedicarle tiempo a la lectura. Hemos preferido sentarnos frente a la pantalla. Y parece que las pantallas se han convertido en otra 'pandemia' de la 'nueva normalidad'.

Otro ejemplo es el del escritor estadounidense Nicholas Carr, antiguo editor de la Harvard Business Review y especialista en tecnología. Poco a poco se dio cuenta de que ya no se concentraba igual cuando leía artículos largos y libros. Tras meses analizando su situación, concluyó que la multitarea en internet nos hace ser muy rápidos procesando información pero muy lentos profundizando en ella. Lo ha llamado efecto Internet. Hay quien habla también del efecto Google, esa dependencia que tenemos de los buscadores en internet y que podrían estar atrofiando nuestro cerebro. Tantas búsquedas –se producen 4 millones al minuto– está haciendo que retengamos menos información y que Google se convierta en una memoria externa.

En declaraciones al diario El País tras publicar ‘Superficiales’, su último libro, Carr defendía la importancia de Internet por la cantidad de información que recoge: “Es cierto y eso es muy valioso, pero Internet nos incita a buscar lo breve y lo rápido y nos aleja de la posibilidad de concentrarnos en una sola cosa. Lo que yo defiendo es que las diferentes formas de tecnología incentivan diferentes formas de pensamiento y por diferentes razones Internet alienta la multitarea y fomenta muy poco la concentración. Cuando abres un libro te aíslas de todo porque no hay nada más que sus páginas. Cuando enciendes el ordenador te llegan mensajes por todas partes, es una máquina de interrupciones constantes”.

En Lector, vuelve a casa, Maryanne Wolf propone que seamos lectores bialfabetizados para saber manejarnos en el ámbito digital y en el impreso de forma independiente. Aprovechar las virtudes de cada entorno y ser conscientes de que sus fines son distintos. La directora del Centro para la Dislexia de la Universidad de California en Los Ángeles parte de una verdad, “leer no es algo natural, hay que aprenderlo”, por lo que debería haber dos formas de lectura y aprendizaje, una con base impresa y otra con base digital “durante el periodo de los cinco a los diez años de edad”. No tenemos por qué elegir. Que los niños aprendan de las dos maneras. Saber leer un libro impreso –y también escribir a mano– garantiza profundidad, reposo y reflexión. Saber leer en el entorno digital nos permite una conexión con la actualidad, una experiencia y un empoderamiento.

Para fomentar esa lectura reposada tenemos que acotar el abuso de dispositivos digitales. Recientemente, Levanta la cabeza ha puesto a tu disposición una sencilla guía familiar de trucos para desconectar un poquito cada día. Tenemos que buscar estrategias para establecer tiempos de conexión y establecer rutinas de lectura de libros.

“Como sociedad debemos asegurarnos de que siempre haya libros junto a los dispositivos digitales de nuestros hijos. No importa si los libros son nuevos o viejos, de propiedad o prestados por la biblioteca. Lo que importa es que estén ahí y que animemos a los niños a leerlos. Además, los libros, y no los dispositivos digitales, deberían ser la única opción de lectura en los dormitorios de los niños”, explicó recientemente Maryanne Wolf, profesora en la Universidad de Los Ángeles en un artículo publicado en The Guardian.

Ahora que se acerca la Noche de los Libros –se celebra el viernes 13 de noviembre–, debemos reivindicar el acto de leer frente a una realidad donde la distracción solo beneficia a los que buscan rebajar la calidad democrática y a los súper difusores de bulos. Hay tiempo para todo, para leer las redes sociales y la información en soporte digital y para una lectura más sosegada y serena.

Acabamos con una recomendación, un cuento: ‘El oso que se volvió goloso el día que levantó la mirada del móvil’. Cabi –así se llama el mamífero– va todo el día cabizbajo mirando al teléfono sin saber que alrededor de la pantallita, arriba, abajo, delante y detrás, hay un mundo maravilloso. Ha sido publicado a principios de 2020. Su autor es Nacho Valle García y las ilustraciones son de Marysia Wiarciejka. #LevantaLaCabeza