Los españoles pasamos cerca de cuatro horas diarias enganchados al móvil, y varios millones confiesan que son incapaces de pasar una hora sin mirarlo, según una encuesta de Rastreator de 2018. Nueve de cada diez personas sienten una 'vibración fantasma' y creen que han recibido una notificación que no está ahí, o se ven atrapados en un muro vertical infinito sobre el que hacer scroll.

Además de un diseño persuasivo, que tiene como objetivo captar la atención del usuario, muchas de las aplicaciones que se usan a diario (WhatsApp, Twitter, Facebook, periódicos digitales, TikTok, Instagram, etc.) están pensadas de forma que su sobreinformación satura la capacidad del usuario para tomar decisiones conscientes. ¿Es la sobreinformación tan peligrosa como la obesidad?

Vivimos en un entorno de 'obesidad informativa'

La obesidad es un conocido estado patológico caracterizado por un exceso de grasa. Aunque por causas variadas, en las últimas décadas las cifras de obesidad tienen su foco en hábitos insalubres: hay ‘demasiada’ comida, mucha más de la que podríamos llegar a comer, y resistir los impulsos primarios para decir ‘no’ es muy difícil.

Especialmente con una publicidad tan agresiva que ofrece comida poco nutricional y de alto contenido calórico, dejando en manos del autocontrol del usuario (a menudo incapaz de responder). Algo muy parecido ocurre en el plano de la información.

El ser humano evolucionó en un entorno de baja presencia de grasas, y por tanto estamos programados biológicamente para localizarlas y consumirlas. ¿El resultado? Según la OMS, desde 1975 la obesidad casi se ha triplicado en todo el mundo, un problema derivado de un ‘entorno obesogénico’ en el que la opulencia se ha convertido en la norma y el control se traslada al usuario.

Al igual que ocurre con los alimentos grasos que nuestra biología ha aprendido a demandar, nuestro cerebro evolucionó en un entorno donde la información era limitada y deseada. La información (un olor, un sabor, y en fases más avanzadas una indicación del grupo) salvaba vidas. Esto hace que picoteemos continuamente información en un ‘entorno infogénico’ en un fenómeno que ha recibido el nombre de infoxicación (intoxicación por información).

Y es más, existe una relación nada positiva entre consumo de información y consumo calórico. Los niños que ven más televisión son más propensos a la obesidad, debido en parte al impacto de la publicidad. Si por separado cada uno de estos excesos supone un riesgo para la salud, combinados están creando (de forma no intencionada) una generación incapaz de concentrarse.

La sobreinformación consume atención

Ya en 1970 el psicólogo, economista y premio Nobel Herbert Simon dijo que “en un mundo rico en información, el superávit informativo deriva en una carencia de otro tipo: en una escasez de aquello que la información consume”. El mismo que acuñó el término de ‘economía de la atención’ anticipó que la información consume atención, y que el medio actual nos distraía continuamente.

Hemos pasado de un entorno de baja información en el que el reto era adquirirla, a uno en el que gestionar la atención se vuelve una necesidad básica. Si una distracción condiciona unos 20 minutos de concentración, ¿cuál es el coste económico y psicológico para una sociedad que desbloquea 100 veces al día el móvil o en la que el 25% de los jóvenes lo hace cada 7 minutos?

En su libro ‘The World Beyond Your Head’ (El mundo más allá de tu cabeza, 2016), el filósofo Matthew Crawford insiste en que “la distracción constante debería considerarse el equivalente mental de la obesidad”. E incluso va más allá y solicita una agencia de regulación como ocurre con la publicitaria.

¿Podemos gestionar el exceso de información?

Resulta difícil luchar contra un ejército de programadores y psicólogos cuyo objetivo es hacer más y más suculento el atracón de sobreinformación. Pero existen formas de reducir su poder que no parten de la base de salir del sistema:

  • Desactivar todas las notificaciones de redes sociales. Probablemente no sea tan importante recibir los avisos en directo.
  • Hacer lo propio con aplicaciones de chat. Si hay alguna emergencia, siempre es posible usar el teléfono.
  • Llaves maestras’ como Good Vibrations (app) o Waste No Time (extensión) ayudan mucho, aunque algunos sistemas operativos no admiten este tipo de soporte.
  • Entornos como Bienestar Digital (app de Google) o Tiempo de uso (opción dentro de teléfonos iOS 12 o superiores) ayudan a gestionar el uso del terminal, ver a qué destinamos más tiempo e incluso bloquear apps.
  • Alternativas más radicales como Detox convierten el teléfono en un pisapapeles durante el tiempo que queramos. Es una buena idea si nos vemos superados mentalmente para dejar el móvil por la noche.

Luchar contra impulsos básicos, como picotear comida o información, resulta extremadamente difícil en un entorno de sobreabundancia de alimentos y datos. Sin embargo, hasta que aparezca una figura administrativa que regule el uso de las plataformas, con foco en las redes sociales, la mejor alternativa es no estar ahí o colocar filtros como los mencionados para evitar un uso compulsivo.