Hace 100 años se estrenó en Hradec Králové, la ciudad más antigua de la República Checa, una obra de teatro que pasará a la historia por ser el momento en que se acuña por primera vez el término robot. Su autor fue el escritor Karel Čapek, que la tituló Rossumovi univerzáiní roboti (Robots Universales Rossum) en un juego de palabras donde aparece tanto la razón (rozum, en checo) como el esclavo (robota). Y claro, la obra es una distopía: La compañía Rossum fabrica unos androides que ayudan a los humanos en los trabajos más duros y que se hacen pasar por personas. Como pueden pensar, un día se rebelan y acaban con la Humanidad.

En 1921 nadie era capaz de atisbar que la palabra robot atravesaría los siglos para convertirse en uno de los conceptos claves de la revolución tecnológica. Según el diccionario, robot es una máquina automática programable capaz de realizar operaciones de manera autónoma y sustituir a los humanos en algunas tareas. Desde el aspirador de forma redonda que limpia el suelo hasta los que trabajan como profesores de niños con trastornos del espectro autista, los robots forman parte de nuestra vida. Entre todas estas máquinas, los denominados robots sociales serán, y no muy tarde, nuestros compañeros de viaje en el hogar, el hospital, la residencia, el hotel o la escuela. En la pandemia demostraron de qué eran capaces.

Para conmemorar aquel momento de los años veinte del siglo pasado hemos charlado con uno de los expertos en robótica más respetados. Jordi Albó es un apasionado de los embodied social agents (agentes sociales incorporados), inteligencias artificiales que interactúan con el entorno dentro de un cuerpo físico, y de cualquier solución de robótica social que ayude a mejorar el bienestar de las personas. Galardonado con el premio Alan Turing hace casi un decenio, Albó ha pasado por universidades y grupos de investigación de España, Holanda y EE. UU. para ubicarse desde hace unos años en la ciudad de Boston con su familia y la empresa LightHouse-Disruptive Innovation Group, dedicada a crear oportunidades de negocio con tecnologías disruptivas, especialmente la robótica social, los servicios de healthtech (tecnología para la salud) y las aplicaciones de computación cuántica. En menos de dos años, su compañía ha creado o ayudado a crear empresas en el área de Boston y startups en Latinoamérica, así como a gestionar consorcios internacionales de investigación. En un hospital norteamericano se ensaya con un osito robótico que ayuda a personas mayores hospitalizadas en la unidad de cuidados intensivos. Y Albó tiene mucho que ver.

¿Debemos de querer más y mejor a los robots?

La respuesta rápida es que sí. Claro, depende de qué tipo de robot y de qué aplicación de la robótica estemos hablando. Al final, el concepto de robot es un concepto que proviene del autor checo Karel Čapek y de su famosa obra de teatro en la que se diseñaban máquinas al servicio de los humanos. Por eso, cualquier tecnología que se diseñe y esté al servicio de la Humanidad y respete los derechos humanos debe ser bienvenida. ¿Tenemos que amar los coches, tenemos que amar internet? Son preguntas equivalentes y en el fondo es una pregunta filosófica porque los robots los hacemos las personas, no se hacen ellos mismos.

¿Cómo podemos definir en estos momentos un robot social?

Un robot social es una tecnología que conceptualmente incluye una parte física y otra digital, que es el código –para mí tiene que incluir las dos partes, aunque hay gente que dice que no–, y que tiene un sistema de control que le permite obtener información del mundo real y actuar para crear intervenciones basadas en las reglas sociales. Los robots sociales tienen un sistema de control social porque al final se basa en las conductas humanas y animales. Un robot social puede ser un guía en un hotel o un acompañante de una persona mayor, lo que les hace robots sociales es que tienen unas reglas de control. Probablemente, los que tienen forma antropomórfica sean robots sociales porque yo voy a tener una conducta social con él por los atributos que me inspira esa tecnología, pero al final de lo que depende es del sistema de control, que no solo lo define el software, también el hardware.

¿Es importante la forma que tengan esos robots que ayudan a niños hospitalizados, a personas mayores o con discapacidad?

La pregunta es complicada porque hay muchos factores que influyen y hay muchos matices. Si la forma del robot es muy parecida a nosotros, puede crear rechazo, es lo que pasaría con zombis y payasos. Solo tienes que ver la cantidad de películas y series donde el protagonista es un payaso… malo. También es verdad que los payasos han evolucionado y van menos pintados. Si el robot se parece demasiado a un humano, podría no ser tan útil. Y si no es tan humanoide, puede llegar a crear un vínculo social. Todas las tecnologías se perciben de una forma, cuando le doy una forma determinada lo que busco es que esa percepción sea la adecuada. Que el robot sea antropomórfico puede ser, por ejemplo, porque tenga ojos y boca o porque tiene un cuerpo con brazos. Hay muchos niveles de antropomorfismo. Hay gente que dice que el antropomorfismo tiene que ver con cómo se comporta, no con la forma que tiene.

¿Cuáles son los beneficios de los robots con forma de mascota que interactúan con humanos?

Se ha demostrado que mascotas como perritos, gatos u otros animales sirven para que haya determinada mejora en la calidad de vida y las habilidades cognitivas de ancianos y niños. El problema es que los animales de verdad tienen retos que las máquinas no tienen, como son que pueden provocar alergias, son más difíciles de mantener, los perros o gatos pueden tener sus días malos y cuando se usan en terapia, su vida es más corta que siendo compañeros de familias porque están sujetos a más estrés y reduce su calidad de vida sensiblemente. Al final, lo que se busca es una alternativa predecible, que se pueda limpiar, que no sea alérgica y no sufra como tal, y también que nos permita recolectar datos. Por ejemplo, en el Hospital Sant Joan de Deu, en Barcelona, hemos desarrollado un cochecito robótico dirigido a niños; y en el Brigham and Women´s Hospital de Boston están ensayando un robot con forma de osito dirigido a pacientes de geriatría en el que hemos participado. Es normal que para una persona mayor funcione mejor que tenga en la mesilla un Teddy bear, que forma parte de su cultura. Y si es en Holanda, quizá el osito de peluche no sirva tanto como un koala o un mono. En la robótica social alguien suele tener una idea, con equipos que no tienen todo el conocimiento sobre robótica social, aunque sepan mucho de programación y robótica. La gente es técnicamente muy buena pero el conocimiento en robótica social requiere formación en otras disciplinas de ciencias sociales, psicología, antropología, etc.

En el caso de los robots con aplicaciones terapéuticas en los que has participado ¿qué beneficios se han podido validar?

El primer beneficio es la monitorización del estado de esa persona con sensores, cámaras, etc. Los algoritmos te permiten saber cómo eres y te comportas para que el robot tenga una conducta determinada. Por eso, el principal beneficio es el bienestar de las personas, y ese beneficio tiene que compensar y superar muy por encima todas esas concesiones de privacidad que hacemos. Usamos, por ejemplo, Gmail sabiendo que Google obtiene muchísimos datos de nosotros, pero valoramos que los beneficios que nos da compensan esa cesión de información personal. En el hospital de Boston, el robot osito lo que busca es mejorar el estado del paciente mayor que está ingresado en UCI. Las enfermeras vigilan y dan servicio a esos pacientes, y ese servicio pueden mejorarlo los robots. No es sustituir al personal, sino mejorar sus capacidades. El robot monitoriza al paciente: su posición, si tiene que ir al baño, si tiene dolor, si tiene sed o quiere ver la tele. Todo esto lo hace el robot sin requerir de la presencia de la enfermera. Se comunica con la persona creando un vínculo emocional, es inmersivo y tiene capacidad de comprensión, y luego el robot, como es una máquina, recoge esa información, se comunica con la enfermera y le envía mensajes para que acuda a la habitación. Mejora el servicio y su eficiencia, reduciendo la carga de la enfermera para que pueda tener una dedicación de mayor calidad con los pacientes. El osito empezó a funcionar en diciembre de 2020, ahora estamos en la fase de validación científica.

¿Y con los niños en el Hospital Sant Joan de Deu?

Se basa en un cochecito con sensores e IA, y con su propia personalidad virtual, que consigue reducir la ansiedad y el estrés de niños de 3 a 5 años que están ingresados en el hospital y que van a entrar en el quirófano. Es tal la reducción del estrés que el niño puede llegar a operarse sin premedicación. A la vez, la conexión al sistema permite que los familiares pueden tener la información de que el niño está bien antes de entrar a quirófano. De hecho, ya hemos comprobado que los niños van a la operación sin despedirse de sus padres. Ese trauma de la separación ya no se da, se monta en el cochecito y desaparece la ansiedad y el estrés. Está en la fase final del ensayo clínico. El principal objetivo es que entra más relajado, evitando dolores crónicos, facilitando la operación, y te ahorras la premedicación, que no solo es ahorro económico, sino que mejora de la calidad de vida. Tanto con este cochecito como con los robots dinosaurios que utilizamos para niños con autismo o enfermos de cáncer lo que se pretende es que el niño se olvide del contexto donde está, que esté distraído e inmerso en la interacción con el robot. La siguiente fase es analizar sus derivadas, en qué otros contextos se pueden aplicar.

¿Parece que una de las aplicaciones está centrada en ayudar a los niños con autismo?

Algunos utilizan los robots sociales para que aprendan por imitación, otros buscamos enseñar al niño que está incluido en una sociedad que básicamente está formada por neurotípicos, que son la mayoría. Ese aprendizaje para integrarse nace de la interacción humano-humano y no humano-máquina. Utilizar tecnología para que sea un mediador de esa integración puede ser útil pero también puede crear dependencia. Hay quien usa al robot para que el niño se comunique con los padres, pero si no hay robot, no hay comunicación con los progenitores. Nuestra hipótesis es que pueda trabajar con el niño para crear un contexto de interés en el que interactúe, y en ese contexto el niño tiene una razón para comunicarse con el entorno social, sería un facilitador de la comunicación persona-persona y así ntender que es lo que tienen que hacer para desenvolverse en esta sociedad.

No hace mucho, Anastasia Ostrowski, investigadora de diseño de robots en el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), reclamó más participación en el diseño de los robots de las comunidades y colectivos que tendrán que interactuar con ellos.

Es lo que se conoce como diseño coparticipativo, y debería aplicarse a toda tecnología. Cuando pones un robot social en la comunidad donde tiene que interactuar, hay un primer factor, la novedad. Es difícil que de primeras no guste ese robot porque es algo nuevo, pero el reto es que dure en el tiempo y para eso son necesarios estudios que requieren que la persona interactúe al menos seis meses para comprobar la validez de la tecnología y poder asegurar que ese éxito no tiene que ver solo con la novedad tecnológica. Así podemos ver el impacto real. Por ahora, con los robots sociales no pasa. El diseño coparticipativo es muy importante, en los proyectos con niños lo hemos hecho. Es una metodología que se utiliza desde hace años. Hay que diferenciar entre robot y aplicaciones. Uno de los problemas que ha ocurrido con robots famosos como Pepper o Nao es que, por ejemplo, yo diseño el robot y dejo que otros me diseñen la aplicación. Si esos otros no saben conceptos de robótica social, le faltarán criterios para que funcionen.

¿Cómo se crea un robot social?

La principal diferencia con otro robot es que los sociales tienen dos diseños. El primero es el tecnológico, entender qué es lo que vamos a diseñar y para qué aplicación, entender en qué contexto y quién lo va a utilizar. Y luego viene la parte de la aplicación, cómo la diseño, qué comportamiento social va a atender esa aplicación, cómo se tiene que mover, qué tiene que hacer o qué decir. Por ejemplo, en un proyecto en el MIT utilizábamos al robot Jibo para una aplicación con estudiantes universitarios, y en el equipo había una investigadora española que solo se encargaba de los scripts, de todo lo que tenía que decir el robot. Alguien tiene que decir cómo se tiene que mover, etc… Se diseña en dos partes: la tecnológica y la social, psicológica y de comportamiento.

Fernando Alonso, investigador de robótica en la Universidad Carlos III, ha aventurado que faltan al menos cinco años para que el robot social se cuele de forma generalizada en los hogares. ¿Estamos en la recta final para empezar a convivir con estas máquinas?

Yo no me atrevo a poner fecha. En los robots sociales hay una falta de contenido. Se está intentando implantar con acciones individuales y así es muy complicado que se transforme en una tecnología masiva. Jibo lo intentó y no funcionó a pesar de ser uno de los robots con mejor diseño y aplicación específica.

¿Qué significa que faltan contenidos?

Voy a hacer una analogía fácil con lo que pasó con el iPhone. El primero que salió era perfecto, pero solo servía para reproducir música, era una evolución del iPod pero no tenía aplicaciones. Cuando el iPhone ha empezado a tener aplicaciones que le han dado valor es cuando ha ganado la cuota de valor y ha tenido impacto, provocando que otras marcas se inspirasen en ese producto y ahora casi no se diferencian. Se creo esa tecnología que provocó una disrupción en el mercado. En la robótica social estamos en pequeños experimentos, pero el iPhone de la robótica social todavía no ha llegado. Actualmente hay una evolución, con agentes conversacionales como Alexa o similares con los que nos estamos habituando a interaccionar. Esa tecnología conversacional es un paso importante para la parte social, está empezando ahora a consolidarse en el mercado y está definiendo el marco regulatorio para la protección de datos. El robot social es una evolución de esto, es darle cuerpo e interacción. Cuando un ingeniero programa un robot social lo hace como si fuera una Alexa, se comporta igual. Y eso pasa porque no conoce ciencias sociales y del comportamiento para hacer que esos valores agregados al valor conversacional los tenga el robot. Falta esa transición. Yo creo que el robot social tiene que servir no solo para pedirle una receta, sino para que nos haga compañía, que sea un agente social que se preocupa por mí, que hace una serie de cosas que requieren monitorización, sistemas de cámaras, con todo lo que afecta a la privacidad y que hay que regular. Ahora se está regulando la inteligencia artificial (IA) en las aplicaciones de salud, que hasta ahora era como un salvaje oeste. El reto de los robots sociales es que el contexto donde se tienen que posicionar aún no está. ¿Cuándo llegará? Es incierto. Habrá algún momento en que saldrá un producto clave que provocará la expansión de los robots sociales, con derivados y copias, y formarán parte de nuestro día a día de forma integrada. Los robots tendrán impacto cuando el mercado lo quiera y para que el mercado lo quiera tiene que haber una percepción social positiva, y esto tiene que ver con su conocimiento.

El robot con forma de perro de Boston Dynamics está por todas partes y haciendo de todo ¿Qué te parece?

Me parece maravilloso, solo hay que ver cómo transformarlo en un producto que tenga una aplicación que podamos pagar. Boston Dynamics nació con aplicaciones de uso militar, y luego evolucionó a otras aplicaciones. Es un ‘guau’ tecnológico que ha servido para que salgan muchas aplicaciones, ha creado tendencia de mercado. Lo veo como un contexto inspiracional.

Si hablamos de privacidad, parece que hay una mayor concienciación sobre los riesgos de ceder cada vez más datos personales. En la robótica social también hay límites éticos…

Lo primero que hay que decir es que la robótica es el embodiment (personificación) de la inteligencia artificial. Le doy un cuerpo y eso es el robot. Es mi opinión, pero no nos ponemos de acuerdo. Por eso sería muy fácil adaptar el impacto de la IA y la robótica. El robot social utiliza estrategias sociales para crear ese vínculo. A veces un robot dice ‘Yo quiero ser tu amigo’ y hay entra la ética porque algunos creen que se juega al engaño porque intento hacer que el robot está vivo cuando no está vivo. Los atributos de IA, redes neuronales, son analogías del mundo real que intentamos crear en el espacio digital, donde muchas veces lo real y digital nada tienen que ver. Por ejemplo, la visión artificial se llama visión pero no lo es, lo que pasa es que son sistemas capaces de identificar objetos a partir de luz reflejada. Uno de los retos de los robots sociales es que hay detractores que dicen que son un engaño porque muchas de las interacciones no son naturales y hacen creer que es un perrito, que es tu amigo o que está contento cuando en realidad es una máquina. No estoy muy alineado con esta percepción.

La verdad es que hay robots capaces de identificar si el humano está triste, enfadado, contento…

El cochecito utiliza un software, como si fuese una app del teléfono, que detecta el estado de ánimo. No es el robot, es el software el que identifica situaciones. Lo que hace falta son contenidos que den sentido a que esta plataforma esté en casa.

¿Qué otras iniciativas de robótica social te parecen interesantes?

Una de las empresas con las que colaboramos, que se llama SIMA y es chilena, desarrolla un robot que ayuda al aprendizaje de los niños. El QT Robot de LuxAI, empresa de Luxemburgo que diseña robots para autismo, me parece genial. El último modelo de Aibo, un perrito de Sony, me parece muy buen robot, el problema es su coste. El diseño y popularidad de Jibo le hizo estar en portada de publicaciones prestigiosas. Y luego está el de Hiroshi Ishiguro, que ha hecho copias de sí mismo y de su familia. Es un tipo de robot social impresionante. Escuché una anécdota que decía que como el robot no envejecía, Hiroshi tenía que hacerse operaciones de cirugía para seguir pareciéndose al robot y porque era más barato que modificar el robot (risas).Y por supuesto, no me puedo olvidarme del referente español PAL Robotics y sus soluciones humanoides con impacto internacional.

¿Por qué el cine nos pinta siempre a los robots como malos? Te he escuchado decir que hay un sesgo cultural que provoca, por ejemplo, que los asiáticos acepten mejor la robótica que nosotros.

Los robots tienen un rol de malos en la inmensa mayoría de películas. Pocos son el bueno, solo alguno en dibujos o animación. Lo que hace es hacer creer a la gente que la robótica es mala porque todo lo que ven es malo. A partir de ahí hay culturas que aceptan mejor a los robots, que se acerquen de otra manera a ellos. Es lo que pasa con las culturas asiáticas. Aquí vemos que nos van a quitar empleos cuando la robótica lo que va a hacer es crear más puestos de trabajo a los humanos, y va a sustituir otros. Amazon ya no contrata todos los ingenieros que necesita porque no existen los ingenieros de robótica. Si todo el mundo se educara en robótica, tendría trabajo. El tema es que transforma la sociedad y hay culturas que lo perciben más positivamente y otras no.

¿Falta alfabetización sobre robótica para que entendamos mejor qué es y cómo funciona un robot?

Totalmente. La única forma es ir a las escuelas y que desde abajo aprendan de una forma correcta.

Cada vez hay más personas que viven en soledad obligada, sobre todo personas mayores, y los robots podrían ser una buena solución.

Los sistemas empáticos de cuidado serán muy importantes. Ahora estamos en la fase experimental de implantación de servicios de IoT (internet de las cosas), en el momento en que este servicio sea empático es cuando tendremos robótica social en casa. A Alexa no le puedo pedir muchas cosas: comprar, preguntar el tiempo, pero no tengo un diálogo evolucionado. Esa empatía es la que intenta emular el robot social. Claro que llegará porque la soledad no es sostenible. En los geriátricos, muchas personas apenas reciben visitas, necesitan un compañero y o es virtual o no será. Cuando el internet de las cosas sea un sistema empático, será social; y cuando sea social, es cuando podemos hablar de tecnología empática social, y por lo tanto, de robots.

¿En qué sectores se impondrá antes la robótica?

Una de las industrias donde la robótica social se puede imponer antes es, indudablemente, la sexual. Es la número uno, los robots harán compañía a hombres y mujeres. En algún momento esta robótica va a hacer ‘boom’ y, por ejemplo, a ese vibrador o succionador se le va a dar un cuerpo. Es inevitable porque se está invirtiendo mucho y el mercado está creciendo. La otra industria es la militar.