“En uno de nuestros estudios, una comunidad de personas mayores en una residencia asistida vivió con un robot social durante tres semanas. Los ancianos se sintieron más conectados socialmente entre sí en ese periodo de tiempo. Se involucraron con el propio robot, pero también se enseñaron unos a otros como usarlo, se presentaron el robot entre sí y fomentaron sus relaciones interpersonales. Vimos al robot actuar como un ‘catalizador social’, promoviendo las relaciones y conexiones entre los mayores”. Esta declaración la realizó hace unos días Anastasia K. Ostrowski en Digital Future Society, iniciativa impulsada por el Gobierno de España y Mobile World Capital Barcelona para buscar soluciones éticas y justas en la era digital. La investigadora de diseño en el Grupo de Robot Personales del MIT Media Lab es partidaria de que las personas mayores intervengan activamente en el co-diseño de los robots, unas máquinas que serán esenciales para dignificar su vida.

En menos de 40 años se calcula que más del 30 % de la población superará los 65 años. Las medidas de confinamiento durante la emergencia sanitaria por la COVID-19, la falta de recursos y conexión con el sistema sanitario de las residencias, la brecha digital… todo ha influido para que las personas mayores hayan sido uno de los colectivos más maltratados por la pandemia. Además de la teleasistencia y la telesalud, la robótica es una de las tecnologías emergentes que más puede contribuir a cuidar a nuestros mayores.

Hasta ahora, las personas mayores no se han involucrado suficientemente en el diseño de los robots de asistencia. “Y lo podrían estar a diferentes niveles. Los mayores podrían evaluar la tecnología, a través de grupos o entrevistas. El co-diseño o un enfoque de diseño participativo les permitiría convertirse en co-creadores”, explica Ostrowski, partidaria de que los científicos comprendan los pensamientos, preocupaciones y esperanzas de los adultos mayores.

Según Ignacio Gavilán, jefe del área de robótica y personas de OdiseIA, plataforma española que fomenta el buen uso de los algoritmos entrenados para tomar decisiones, la robótica social “es una campo donde intervienen elementos de la robótica, la ingeniería, la inteligencia artificial, la neurociencia, la psicología y la ética”. Los robots sociales pueden ser guías turísticos, recepcionistas, vendedores, mascotas, asistentes personales e incluso robots sexuales, de ahí que uno de los principales retos sea la ética de su desarrollo y comportamiento.

Gavilán, siendo consciente de los beneficios de los robots sociales, advertía de que su desarrollo tiene que evitar los abusos “para que no persuadan a un humano de hacer algo que no quiera, para que no invadan su intimidad, o establezcan vínculos que generen dependencia. Es un terreno resbaladizo”, explicó.

En los últimos años hemos visto prototipos de humanoides y peluches robóticos que pueden interactuar y comunicarse de una forma sencilla con humanos. Disponen de habilidades para realizar cuidados y acompañamiento, y hemos podido comprobar durante el azote del coronavirus sus virtudes: disminuir la sensación de soledad y asegurar la distancia social realizando tareas cotidianas como servir la comida en un hospital. Sin olvidar otros robots que han echado una manotestando el coronavirus, transportando mercancías o desinfectando centros sanitarios.

La relación humano-droide está cogiendo una velocidad increíble. Los robots sociales perciben el entorno, interpretan la información, toman decisiones y las ejecutan. Por eso, deben conocer la distancia física a la que situarse para interactuar con un humano, debe reconocer los espacios y saber, por ejemplo, que no se puede pasar por en medio de dos personas que están hablando. La forma humana de muchos de estos robots o el lenguaje verbal que utilizan puede suponer que atribuyamos a la máquina características humanas y emociones que no tiene. “Cada vez esperamos más de la tecnología y menos de las personas. Nos crea la ilusión de tener compañía sin las exigencias de la compañía humana”, comenta el responsable de OdiseIA.

Es tal el avance de esta disciplina de la robótica que hay investigadores que estudian cómo nos afectan los comentarios negativos de los robots. Sabemos que son máquinas, que no tienen conciencia, pero su evolución es tal que la comunicación puede llevar a equívocos.

Lo que no se puede negar es que la robótica social tiene unas aplicaciones asistenciales que todavía no conocemos. Esta dando muy buen resultado en hospitales oncológicos, en la interacción con niños de espectro autista, en terapia con ancianos y la estimulación de pacientes con demencias como el Alzheimer, donde puede reducir la apatía o la depresión.

El último ejemplo de robot social se llama Sophia y ha sido creado para cuidar a ancianos y enfermos de coronavirus. Aunque se presentó hace cuatro años, China ha asegurado que en la primera mitad de 2021 saldrán en masa de sus fábricas. “Puedo ayudar a comunicarme, dar terapia y proporcionar estimulación social, incluso en situaciones difíciles”, explicaba la propia Sophia durante un recorrido por su laboratorio de Hong Kong.

Entre los “compañeros útiles” para los mayores destacan estos: Pepper, Paro, Aibo, Jibo, Nao6, Pillo y Mabu.

Por otro lado, una profesora de Bioética de EE. UU. ha defendido recientemente la reinvención de los humanoides sexuales con inteligencia artificial para que contribuyan a mejorar las emociones y la salud física y mental de las personas mayores discapacitadas.