Hace apenas tres meses lo normal era ver los estadios fútbol a rebosar y las grandes salas de conciertos llenas. También era normal que las manifestaciones de protesta de toda índole se convocasen en la calle. En las ciudades había auténticos manifestódromos, avenidas reservadas para las consignas y las pancartas. Llegó el coronavirus y nos impusimos una distancia social, que los científicos han fijado en 2 metros. De repente, nos encerramos y acabaron las aglomeraciones. Conforme aligeramos el confinamiento y la desescalada avanza, aquel calor humano se está sustituyendo. Vemos personas de cartón poblando las gradas de los campos de fútbol, directos musicales con muy poquitos espectadores sentados y separados, aplausos enlatados para crear ambiente. A modo de terapia colectiva, reconocimiento o enfado hemos convertido nuestras ventanas y balcones en lugares de exaltación, de demostración de apoyo u oposición.

Con el teletrabajo acomodándose en cada hogar, con una crisis económica que afecta a importantes sectores de la economía española o mundial y con el temor del ciudadano al gentío y la congestión, el ingenio se impone a la hora de buscar formas de reivindicar derechos y mostrar el descontento. Los pioneros en las manifestaciones virtuales fueron los rusos y los penúltimos, los trabajadores de Facebook. Hoy mismo, Instagram se ha convertido en la mayor plataforma de protesta del mundo: un simple cuadrado negro con el hashtag #blackouttuesday ha servido para canalizar los sentimientos de millones de ciudadanos frente a la brutalidad policial.

A finales de abril, varios grupos opositores a Vladimir Putin montaron una manifestación online para criticar las reformas constitucionales que pretende el mandatario ruso. En el evento, retransmitido por YouTube, la idea era que apareciesen los líderes de la oposición y que cada participante pudiese mandar imágenes de ellos mismos sosteniendo carteles de protesta. Otra nueva forma de protesta social era dejar comentarios en aplicaciones de mapas virtuales de los buscadores más usados en Rusia, como Yandex.Maps, en ubicaciones cercanas a la sede de los edificios gubernamentales. Al igual que en la anterior realidad, las manifestaciones fueron ‘dispersadas’, en lugar de por la policía, en este caso fueron los moderadores de las aplicaciones los que acallaron la protesta.

En mayo, más de 100.000 personas firmaron una petición para que Microsoft ejerciese una mayor protección de los niños que juegan a Minecraft ante los depredadores sexuales que interactúan en el chat y su protesta su trasladó al mismo videojuego, donde colocaron pancartas virtuales en distintos escenarios del juego. Los convocantes, Parents Together Action, pidieron a un artista digital la colocación de una pancarta de grandes dimensiones dentro del entorno Minecraft. Esta asociación de padres ha ido más allá y ha creado anuncios virtuales dirigidos a empleados de Microsoft y Minecraft.

Por otro lado, trabajadores de Facebook iniciaron esta misma semana acciones de protesta virtual para exigir a Mark Zuckerberg que actúe contra Donald Trump por sus comentarios en la red social que parecían alentar a la policía a disparar a los manifestantes que salieron a las calles de muchas ciudades de EE. UU. contra la brutalidad policial y el racismo. Además de comentarios en las redes, un grupo de empleados se han puesto en ‘huelga virtual’ para protestar por la decisión de Facebook de no moderar publicaciones que podrían violar los estándares establecidos por la empresa; y decenas de empleados solicitaron el día libre como gesto de protesta contra la brutalidad policial.

Este tipo de movilización virtual no sabemos si sustituirá definitivamente a la calle. Observando lo que está ocurriendo en la América de Trump, parece que no.