“Tengo una grabación de un examen de matemáticas donde se oye mejor a la persona que estaba soplando las respuestas que al propio examinado”. Gerardo está a punto de cumplir cincuenta años y es profesor de matemáticas en 4º curso de la ESO en un colegio concertado del centro de Madrid. Ahora se ríe, pero cuando acabó el curso cayó derrotado y no solo por el cansancio. Los más de tres meses de educación a distancia han puesto a prueba todo el sistema educativo español, desde los cursos de Infantil a la Universidad. La emergencia sanitaria por el coronavirus llegó tan de sopetón que nadie estaba preparado, ni la comunidad educativa, ni los alumnos, ni los padres. Por no hablar de la brecha educativa surgida entre las familias con espacio y dispositivos suficientes para estudiar en casa y las que ya eran vulnerables antes de la pandemia. Todos los profesores consultados para este reportaje reconocen que los estudiantes han hecho un gran esfuerzo para sobrellevar una situación tan extraña e inesperada, coinciden en que han sido más comprensivos y empáticos a la hora de valorar y denuncian que el sistema educativo español tiene que prepararse a conciencia para el curso 2020-2021”.
Mario trabaja en un colegio público del distrito de Vallecas, en Madrid. Recuerda que nada más ordenarse el cierre de los centros de enseñanza, “colgamos en la web del colegio nuestros correos electrónicos para que las familias se pusieran en contacto con nosotros y las actividades, exámenes y tareas semanales. Cuando pasó una semana, empezamos a llamar por teléfono a aquellos que no habían escrito. Es cuando nos dimos cuenta de que había chavales que no tenían mail, otros tenían familiares ingresados en el hospital y su prioridad era otra… El primer mes, con tanto tráfico en internet, la web del centro y nuestros correos se bloqueaban con frecuencia”.
A toro pasado, Mario calcula que el 80 % de los alumnos ha seguido las tareas y actividades programadas y ha participado en el encuentro online semanal a través de Jitsi, una herramienta de videoconferencia de código abierto más ética y segura que algunas famosas apps de videollamada. “Mi sensación personal es de frustración. Hemos empleado muchísimo tiempo sabiendo que no estabas llegando a todos los alumnos. Tengo la impresión de que he hecho más tareas burocráticas que pedagógicas”.
Los chavales de 10 años preparaban juegos de preguntas para los encuentros virtuales y al final del trimestre “habían aprendido a manejar el chat, a compartir risas y trabajos con sus amigos, a contar sus malos rollos. Ellos han sido los mejores”, comenta Mario.
Raquel, con 16 años recién cumplidos, ha terminado 4º de la ESO con buena nota. Reconoce que se ha esforzado, ha sufrido y también se ha divertido. A ella le hemos pedido que recuerde algunas anécdotas de estos meses tan extraños. Las videollamadas grupales con el tutor o los profesores de cada materia darían para una comedia televisiva: “Ha habido compañeros que en las clases virtuales –con la cámara y el micrófono en silencio– se ponían a ver una serie de Netflix, otros distorsionaban su voz cuando les preguntaban y el profesor se preguntaba con quién estaba hablando, y hay quien en los exámenes, enfocaba la cámara de su ordenador un poco más arriba de lo normal para poder consultar a la vez en el móvil la respuesta del ejercicio sin que le viese el profesor”.
“Claro que ha habido alumnos que han hecho chorradas pero no todos, la mayoría ha aprendido a trabajar en equipo estando cada uno en su casa, a repartirse las tareas; han tenido que organizarse el tiempo de estudio y tener disciplina… Y claro que sus padres han ayudado más a sus hijos, han estado confinados sin salir de casa durante muchas semanas”, comenta Gerardo.
De los trucos clásicos a las apps-chuletas
El arte de copiar no ha desaparecido con el telestudio, se ha sofisticado. Los trucos utilizados por los estudiantes para hacer un buen examen seguro que darían para un libro. En el trimestre de confinamiento se han puesto de moda las apps-chuletas, herramientas que reescriben el contenido de un texto en diferente orden al del original, que resuelven paso a paso operaciones matemáticas, que responden cualquier pregunta de cultura general o que analizan sintácticamente una oración.
“Cuando teníamos una prueba con preguntas tipo test, los profesores solían descolocar las preguntas para que pensásemos que cada examen era distinto. Nos dimos cuenta de que siempre eran las mismas preguntas pero en distinto orden, así que compartíamos los enunciados y cada uno buscaba las respuestas de un grupo de preguntas y nos las pasábamos por WhatsApp. Entre tres o cuatro sale bien, pero si éramos muchos era casi peor, sobre todo porque había un tiempo limitado, un poco menos que si estuviésemos en clase”, explica Mateo, alumno de 5º de la ESO.
Ha habido alumnos capaces de pedirle a otra persona que desde su ordenador se conecten en remoto con el suyo para suplantarle durante la prueba o que han llegado a pagar por las respuestas. “Haces una foto del examen, lo pasas por WhatsApp al ‘experto’ y te lo devuelve resuelto”, asegura Gonzalo, alumno madrileño de 3º de la ESO en un colegio privado.
En el caso de Bachillerato o cursos universitarios, los profesores también han tenido que estrujarse el cerebro para evitar a los alumnos copiadores. Según la plataforma Qustodio, empresa especializada en software de control parental, una de las herramientas más usada por los docentes para controlar a los estudiantes ha sido Respondus, que bloquea el ordenador del alumno haciendo que durante el examen solo pueda acceder a la plataforma establecida para el examen. Más de un profesor se ha dedicado durante las pruebas a vigilar cualquier movimiento de ojos sospechoso, otros han pedido al alumno que mostrase todo lo que tenían encima de la mesa para saber si había algún elemento susceptible de ser utilizado para copiar, e incluso “nos han pedido grabar la videollamada del examen para luego poder comprobar si mi comportamiento era el normal durante un examen”. Poner más preguntas, acortar el tiempo del examen o hacer pruebas orales han sido otras estrategias de los profesores para evitar a los más pillos.
Carlota, estudiante de Psicología en una Universidad pública madrileña, cuenta que todos los exámenes han sido de tipo test a través del campus virtual, que es la plataforma donde los profesores subían las cosas más importantes y nosotros nuestros trabajos. “Ha habido poco tiempo para cada examen. Por ejemplo, si el examen tenía 30 preguntas te daban 35 minutos. En algunas pruebas, una vez que respondías una pregunta y pasabas a la siguiente, no podías dar marcha atrás. Y encima los fallos restaban”. Esta universitaria pone el ejemplo de otras facultades donde tenían más tiempo para el examen, “e incluso ha habido amigas que podían contestarlo durante todo el día y entregarlo por la noche. También es verdad que en otras universidades algunos profesores obligaban a encender la cámara para ver si copiabas”.
Poner la educación a salvo
UNICEF, la agencia de las Naciones Unidas para la infancia, acaba de proponer un plan de emergencia educativo que sirva para “reimaginar” el próximo curso profundizando en un modelo presencial y no presencial en el que toda la comunidad (profesores, padres y alumnos) se haga responsable. En el próximo curso “tendremos que asegurar la salud para garantizar la educación” porque la educación es el “germen de cualquier proyecto de recuperación a corto, medio y largo plazo”. UNICEF quiere asegurar que las escuelas se mantienen abiertas en todo el mundo, de forma presencial o virtual, y habla de tres ejes: Consulta, coordinación y comunicación entre todos los agentes del sistema educativo para lograr que el aprendizaje en el curso 2020-2021 ayuda a todas las partes. El fondo de Naciones Unidas para la infancia no se olvida de pedir a todos los gobiernos mayor inversión en educación.
Uno de los ejes tiene que ver con la huella digital, donde UNICEF pide la promoción del uso saludable, seguro y responsable de las tecnologías, al mismo tiempo que reclama una actitud más crítica ante la información. Entre sus indicaciones, que los niños menores de 12 años no usen más 90 minutos las pantallas para estudiar.