Para qué vas a buscar imágenes de una célula en los tomos de la Enciclopedia Larousse si lo puedes tener a un golpe de clic. Por qué vas a ir a una biblioteca para conocer las partes de una planta si en Youtube tienes un vídeo explicativo con detalles. Para qué preguntarle a tu profesor, si en Internet puedes encontrar tú solo la respuesta. No necesitas aprenderte el número de teléfono de familiares, la agenda del móvil te lo ordena ya alfabéticamente. Y mucho menos recordar cumpleaños una notificación te saltará en la bandeja de entrada de tu correo electrónico. Bajo estas premisas surgió el denominado Efecto Google: nuestro cerebro se niega a guardar información que podemos encontrar rápidamente buscándola en Internet. Solo un dato: Durante el confinamiento, los españoles pasaron en internet 79 horas semanales.
Google se fundó el 4 de septiembre de 1998 y se convirtió en el rey de Internet poco después del cambio de siglo. Actualmente, según el estudio anual de Domo, ‘Data Never Sleeps 7.0’ a diario, en un solo minuto, se producen en Google 4,5 millones de búsquedas. Aunque no lo parezca, antes de que existiese este buscador ya había otros como Archie, Wandex, AltaVista y Lycos. La diferencia entre Google y otros buscadores eran las PageRank, la forma de decidir la relevancia de un documento. Los resultados de tu búsqueda no estaban basados en el número de veces que una palabra aparecía en la página web, sino en el número de veces que esa palabra estaba enlazada. Hoy en día, si necesitas información, Google te da la respuesta. Este hecho hizo que educadores y científicos comenzasen a analizar cómo los seres humanos cada vez éramos más dependientes de la información que ofrecía Internet.
Una investigación de la psicóloga Betsy Sparrow, profesora adjunta de la Universidad de Columbia, en Nueva York, reveló que Internet servía como una memoria externa que nos hace retener cada vez menos información en nuestros cerebros. Para llegar a esta conclusión, la psicóloga se dio cuenta de que ella misma no recordaba los nombres de actores y recurría frecuentemente a bases de datos para obtener su respuesta. Ahí fue el inicio de una investigación que profundizó en los hábitos de estudio y aprendizaje de las nuevas generaciones. Juntó a cien estudiantes de Harvard para analizar la relación entre la memoria y la retentiva de datos e internet. Ahí pudo observar que cuando los estudiantes no sabían la respuesta pensaban automáticamente en su ordenador para poder buscar esa solución. También llegó a la conclusión de que cuando los alumnos sabían que la información la podían encontrar en otro momento, no se molestaban en recordar datos. Sparrow sentenció que las personas estábamos empezando a utilizar internet como un banco personal de datos, una memoria externa a la que se puede acceder en busca de respuestas. Ahí está el Efecto Google.
Aunque no lo parezca, este efecto nos convierte totalmente en dependientes de Google. No podemos vivir sin móvil, sin consultar la pantalla constantemente e incluso te puedes quedar ‘colgado’ si no hay red o cobertura. También empeorará la calidad de la información. Buscar datos y encontrar exactamente lo que buscas no es tan sencillo teniendo en cuenta la burbuja de noticias falsas, información incorrecta o sesgada a tu alrededor. Pero sin duda, una de sus peores consecuencias es que el cerebro se atrofie. No hay que olvidar que lo que tenemos en la cabeza es un músculo que hay que ejercitar. Los investigadores están realmente preocupados de las consecuencias a largo plazo que puede provocar este Efecto Google.
El problema no está en internet, ni en Google, ni en la tecnología que nos rodea. El problema está en nosotros, en cómo decidimos explotar esta era digital que nos rodea. Es obvio que buscar información en Google nos ahorra tiempo, pero no nos debemos olvidar que tenemos que ejercitar nuestro coco.