Carissa Véliz, la autora de Privacidad es poder, lo dijo hace poco: "Si no le das la contraseña de tu correo a cualquiera, tampoco deberías darle tus datos". Aunque proliferan las iniciativas para protegernos en el entorno digital, es probable que el propio Google sepa más de ti que algunos amigos o familiares lejanos, por algo es el navegador que acapara el 92 % de las búsquedas mundiales.

Cualquier movimiento de trabajo, de estudios o de ocio implica navegar por páginas web, blogs o redes sociales. Lo hacemos decenas de veces al día, dejamos nuestra huella y, muchas veces, también nuestros datos personales, aún sabiendo que quizá no se traten con la transparencia debida. Ante este panorama, hay personas que practican la denominada ofuscación de datos, una serie de técnicas para defenderse de su mal uso y engañar al algoritmo distorsionándolos para no transmitir el 100 % de nosotros mismos.

Gemma Galdón, experta en ética y tecnología y CEO de Eticas Consulting, nos cuenta que "en ofuscación hay mucho trabajo 'artivista', a caballo entre el arte y el activismo y vinculado al reconocimiento facial. Hay proyectos que, por ejemplo, ensayan formas de elevar el pelo, o tipos de maquillaje, para que las cámaras no puedan reconocerte. Y también hay mucha gente que, instintivamente, se cubre para no ser registrado ante una cámara de reconocimiento facial porque considera que no hay motivo para sospechar de ellos y recoger su cara con fines de seguridad o comerciales".

Un estudio desarrollado por investigadores de la Northwestern University (Illinois, EE. UU.) ha clasificado la ofuscación de datos en varias categorías:

Mentir al algoritmo

En lo cotidiano, es posible que hayas saboteado el algoritmo (inconscientemente) cuando te inventas los datos para registrarte en una wifi pública o rellenas un formulario para una tarjeta de fidelización, entre otros ejemplos. Al final, esta forma de ofuscación busca confundir de forma consciente y se aplica, en general, en acciones de poco calado.

Para dar un paso más de sofisticación se puede recurrir a extensiones especiales para los navegadores que pinchan automáticamente en todos los anuncios que nos asaltan al navegar por internet, lo que dificulta que el algoritmo descubra cuáles son las preferencias reales y neutraliza los excesos de seguimiento. Incluso, puedes utilizar un generador de e-mails desechables para esquivar el spam.

Huelga de datos

Otra de las medidas es no generar datos o borrar los que se han aportado eliminando las cuentas en las plataformas que no son imprescindibles. Conviene saber también que los internautas tienen disponibles diferentes herramientas para cuidar la privacidad digital.

Enviar datos a la competencia

Poner a competir a las plataformas es una opción más para hacer trampa a los algoritmos. Un ejemplo es sustituir Google por DuckDuck Go para hacer nuestras búsquedas. Este navegador bloquea los rastreadores de páginas, usa conexiones encriptadas cuando es posible y, además, es gratuito.

Otros tipos de ofuscación

La ofuscación activista busca atacar a los sistemas de datos y algoritmos cuando se considera que abusan de la información personal o atentan contra derechos fundamentales. Y, al margen de las acciones individuales, también hay ofuscación técnica que se usa en ciberseguridad y está relacionada con la encriptación de datos.

“Hay otras formas de ofuscar que no buscan un combate o una crítica al tema de los datos, sino que tiene otros fines. Por ejemplo, las personas que trabajan para plataformas de reparto a domicilio (de comida o de bienes) reciben los encargos en el móvil o a través de una aplicación. El algoritmo premia a aquellas que están disponibles más tiempo, así que lo que hacen es compartir el mismo perfil entre varias y consiguen que el algoritmo entienda que están siempre disponibles y les asigna más trabajo. Es una manera de subvertir el algoritmo y de ofuscar tus propios datos para conseguir un fin diferente”, explica Gemma Galdon.

Galdon afirma también que “hay gente que ofusca sin saberlo, ya que la economía de datos vincula a una persona con un dispositivo o con una cuenta y deduce que todo lo que hacemos con esa cuenta tiene que ver con una misma persona y, por supuesto, eso no siempre es así. La realidad es que nuestros datos hablan de nosotros, pero también de gente de nuestro entorno, de dinámicas, necesidades y circunstancias personales diferentes”.

En definitiva, el mejor consejo es compartir nuestros datos con cabeza.