Daniel el Mochuelo, Germán el Tiñoso y Roque el Moñigo marcaron su niñez. Los personajes de ‘El Camino’ de Miguel Delibes y también los poemas de Antonio Machado fueron su mejor compañía. Después, la psicología se convirtió en su verdadera pasión y vocación. Antes de entrar en materia, preguntamos a Alicia Banderas, psicóloga sanitaria, por algún deseo no cumplido: Le hubiera encantado teletransportarse a una pequeña aldea de Asturias, donde tiene parte de sus raíces, y allí, entre el mar y el bosque, tendría una cena para realizar un gran proyecto educativo con Ken Robinson, gurú de la educación y la creatividad con el que tuvo la oportunidad de charlar antes de que falleciese el agosto pasado.
Estas pequeñas pinceladas hablan de Alicia Banderas, que acaba de publicar ‘Habla con ellos de pantallas y redes sociales’ (ed. Lunwerg) junto con la ilustradora Claudia Ranucci. Vitalista, entusiasta y reflexiva, Alicia trabaja como consultora de psicoterapia y divulgadora de la psicología.
¿Cómo definirías la época en la que nos encontramos ahora?
Vivimos una época de sobreestimulación, incertidumbre, vulnerabilidad e inestabilidad. ¡Ya no hay certezas! Pero esta estación en la cual el tren de la vida nos ha hecho parar –me refiero a la pandemia– también nos brinda la oportunidad de conocernos para saber lo adaptativos y resilientes que somos; es decir, nuestra capacidad de sobreponernos a la adversidad. En este contexto pandémico se ha intensificado el teletrabajo, las relaciones sociales a través de la conectividad, las compras por internet para sentirnos seguros en cuestión de salud, etc., lo cual nos sitúa en una situación en la que vamos a tener que saber gestionar nuestra vida desde otro prisma diferente, abriendo bien los ojos. Llevar un buen equipaje protector va a ser una prioridad.
¿Y si hablamos de jóvenes y adolescentes?
Si pongo el foco en la infancia y la adolescencia actual, nos encontramos ante una generación que se ve presionada a madurar a marchas forzadas, sin estar emocionalmente preparada para ello. Definiría a esta generación como tremendamente expresiva, exageradamente social con un gran ímpetu de comunicar y comunicarse, curiosa, creativa e innovadora. Con gran conciencia social, aunque a veces les cueste desarrollar cierta empatía para conectar con el dolor ajeno cuando se encuentra ante una pantalla. En su ansia por exhibirse, los jóvenes muestran menos temor a equivocarse y al pudor que primaba en generaciones anteriores, y esto también les juega una mala pasada. La inmediatez de la red, donde habitan, les coloca en la impaciencia y en el escaso autocontrol a la hora de expresarse con respeto, dejándose llevar por el acaloramiento o la rabia. En ocasiones causando daños irreparables en los demás, sobre todo entre sus iguales: hablo del ciberbullying. Al estar conectados permanentemente, sacian su gran interés de pertenecer al grupo, de buscar la aprobación de los demás para sentirse válidos. ¿Qué adolescente no querría saber qué piensan los demás de uno mismo? En las redes pueden anestesiar su aburrimiento y soledad, aunque por otro lado ejercen tanto control entre ellos que no reparan en su falta de libertad, como a la hora de exigirse contestar un mensaje al saber que están en línea –como si sus deseos fueran órdenes– o esperar un like para sentirse válidos y apoyados en un contexto en el que los abrazos de carne y hueso apenas existen. Tenemos que ayudarnos entre todos, desculpabilizarnos y remar juntos.
El 25 % de los niños y niñas tienen su propio móvil a los 10 años. Algo no estamos haciendo bien.
Un móvil no es un juguete. Su primer móvil tiene que ser entregado dependiendo de su madurez, situación personal y personalidad (si es extrovertido o introvertido, etc.). A los 12 años no necesitan redes sociales todavía. Hay que preguntarle ¿para qué quiere un móvil? Y cuando tengamos claro qué uso puede hacer de él, podemos regalarle uno que ya hayamos usado, y todo acompañado de un buen pacto sobre un uso responsable y seguro, hablando de las posibilidades, pero también de los riesgos, contenidos a los que puede acceder y personas con las que puede contactar, así puede ser un buen comienzo.
¿Y cómo impacta en su cerebro?
Para ver de forma gráfica el impacto cerebral, voy a poner el foco en su dificultad para gestionar sus emociones. A veces ponemos en sus manos un lamborghini que obviamente no va a saber manejar, ¿para qué queremos que su vida la conduzca tan rápido? Me gusta invitar a visualizar un cerebro acompañado de un cartel que dice ‘cerebro en construcción, ¡tenga cuidado!’. Desde este punto de vista seguro que no sentarías a tu hijo/a solo/a frente a una ventana abierta al mundo como es cualquier dispositivo electrónico (tableta, móvil, ordenador, etc.). Sería importante prepararlos para que distingan la delgada línea entre lo íntimo y lo público. Les atrae exhibirse. Disfrutan con cierta dosis de narcisismo. Les permite ser visibles para el mundo y exhiben su imagen sin cautela para obtener reconocimiento —cuanto más, mejor— y para sentirse admirados y aprobados por el grupo. ¿Para qué van a desaprovechar esta oportunidad? ‘Si no estás, ¡no existes!’ Así consiguen la tan ansiada popularidad. De lo que no son muy conscientes es de que dependen emocionalmente de ello, lo cual hace que si su presencia disminuye, aumenta su fragilidad. También pasan tiempo con los videojuegos, diseñados para que no puedas dejar de jugar.
Sobre este tema publicaste en 2017 ‘Niños sobreestimulados’. ¿Cómo podemos evitar la intoxicación tecnológica y lograr que los dispositivos tecnológicos convivan con los juegos tradicionales?
Principalmente me preocupa que hagan un uso pasivo de la red. Suelo proponer a los padres que los animen a establecer un puente entre el mundo on line y el mundo of line. Pueden ver un tutorial en YouTube o editar algunas imágenes y luego continuar llevando esa acción fuera de la pantalla, construyendo una maqueta, un álbum de foto, creando una coreografía o doblar la voz a un videojuego. También tiene que haber espacios pactados en familia para la desconexión. Tenemos que conseguir equilibrar el tiempo que pasan frente a las pantallas, con actividades deportivas, artísticas, al aire libre, en espacios abiertos y, si es posible en plena naturaleza. Niños y adolescentes deben de seguir jugando. Jugar en la naturaleza es el antídoto perfecto contra el estrés, la ansiedad y la depresión infantil. Abogo por la lectura, que incluso puede escoger un libro en el que se haya basado un videojuego, también los hay.
Ahora defines tu último libro, ‘Habla con ellos de pantallas y redes sociales’, como una travesía en alta mar.
Este libro es una declaración de amor en toda regla. El entorno en el que viven los adolescentes es inestable, se sientan en una silla frente a una ventana abierta al mundo en la que cualquier contenido inadecuado o polizón puede colarse. Encontraréis reflexiones, pactos y dinámicas que padres e hijos pueden hacer juntos. ¿Sabías que existe el concepto opuesto a intimidad, llamado ‘extimidad’? Se trata del deseo de compartir aspectos íntimos que siempre habías mantenido en secreto, pero que ahora quieres compartir para saber lo que piensan los demás. En este sentido, padres y educadores pueden encontrar las herramientas para que los niños y adolescentes no traspasen esa delgada línea y se expongan en exceso. O cómo enseñar a tu hijo a expresarse asertiva y respetuosamente desde la libertad para no dañar a otros. O cómo hacer un grupo de WhatsApp, advirtiendo que primero sea un chat en familia para enseñarle cómo se tiene que expresar, qué puede exhibir y, sobre todo que desarrolle la paciencia en la espera de recibir un mensaje. Cuando enseñas a un niño a montar en bici, le cuentas cómo dar pedales y mirar al frente, le sujetas el sillín… y no miras para otro lado. Esta puede ser una de las maneras más adecuadas y seguras de educarle digitalmente.
Tu apuesta es porque haya un capitán para recorrer esa travesía
Exigir que sepan usar la red con responsabilidad requiere de un capitán de barco –su madre o su padre– que supervise y los acompañe en esta travesía en alta mar para evitar un naufragio. De la misma manera que pueden vivir experiencias y relaciones maravillosas, avistamientos impresionantes y adquirir conocimientos, también se enfrentan a las inclemencias, tempestades e infortunios de los que no estamos exentos al surcar estos mares. Es importante educar digitalmente desde la responsabilidad para que aprendan por si mismos a ir manejando los riesgos. Hablo del riesgo como una gran herramienta pedagógica, porque va a estar ahí siempre. Moverse en estas aguas con responsabilidad, y bajo el paraguas de sus padres en un principio, les ayudará a identificar y manejar las situaciones críticas y a medir dónde están sus propios límites. De esta manera, desarrollan su pensamiento crítico, su audacia y autoeficacia. Por tanto, estarán llamados a buscar soluciones a sus problemas o a saber pedir ayuda. Si saben evaluar sus propios límites y percibir una potencial amenaza serán más resilientes. Si no se exponen nunca o se les abandona en el camino, no sabrán cómo enfrentarse a ellas. ¡Qué mejor manera de hacerlo que en la compañía de sus padres! Además, este libro está acompañado de las maravillosas y edificantes ilustraciones de Claudia Ranucci.
En el libro también hablas de “desescalada digital” con la vivencia del confinamiento y el abuso de los dispositivos electrónicos en este periodo.
Ante momentos extremos como fue vivir un confinamiento, posiblemente más severo para millones de niños y adolescentes, reaccionamos en “modo supervivencia”, es decir también con comportamientos extremos, adquiriendo rutinas de consumo digital elevadísimas y sin precedentes. Pero tuvimos que adaptarnos, los padres teletrabajábamos y no podíamos salir de casa. No tenemos que culparnos por ello, pero sí concienciarnos, porque seguro que viviremos más contextos pandémicos y ya no tendremos excusa para decir que nos pilló por sorpresa. Para adelantarnos y prevenir tenemos que hacer una desescalada, es decir, disminuir el número de horas y cambiar las maneras de consumir información, contenidos o entretenimiento que hacemos a través de los dispositivos electrónicos. El objetivo es usar la tecnología de manera saludable.
¿Qué diferencia a este libro de otros publicados sobre esta temática?
Este libro tiene dos caras de una misma moneda, una para padres, abuelos y educadores y otra adaptada para hijos. Así que, con total tranquilidad, puedes dejarlo encima de la mesita de noche de tu hijo. Como no creo en los cambios si no hay reflexión y herramientas que nos permitan manejar las emociones para poder modificar hábitos, rutinas y comportamientos, aporto actividades, ejemplos y estrategias que puedes hacer con tu hijo para transformar la experiencia con las pantallas en algo positivo para ambos. Nunca más una lucha, o un grito como: “¡te pasas el día pegado al ordenador, más te valdría estar dedicando ese tiempo a tus estudios, te iría mucho mejor!”
¿Cómo está afectando a esta generación de jóvenes esa realidad de ser multitarea?
Un adolescente puede estar con su libro de lengua, con el ordenador abierto dejando su huella con un comentario en una red social, visitando su web favorita, escuchando música y en un momento dado sintiendo la necesidad de escribir un mensaje en el móvil. ¡Ah! y la tele puesta de fondo. ¿Ante qué estamos? Ante la capacidad cognitiva desarrollada más importante del siglo XXI: la multitarea, pero sin darse cuenta del agotamiento tecnocerebral, las noches sin dormir y el jet lag diario al que se exponen acostándose tardísimo y madrugando para ir al colegio. Como si cada semana viajaran en un vuelo transoceánico.
Observamos que hay algunas funciones cognitivas que desempeñan mejor como el aumento de la velocidad de procesamiento, incremento de la velocidad perceptiva y mejora de la percepción periférica, pero pueden verse alteradas otras. Por ejemplo, mostrando dificultad para focalizar la atención y fijar contenidos en la memoria, la dificultad de hacer una lectura de manera profunda, percibir la realidad en su totalidad, problemas en la abstracción y el razonamiento y dificultad para la planificación y la secuencia jerárquica. Así como la búsqueda de recompensas de forma inmediata.
¿Y las redes sociales?
Las emociones que más afloran en la red son la envidia, los celos y el odio. Ver permanente el estado del otro y curiosear sobre su vida hace que parezca, al exponer lo mejor de nosotros y no nuestras mediocridades, que la vida de los demás es mejor y más atractiva que la propia, pero hay que saber que todo el mundo siente tristeza, miedo o inseguridad. La vida de color de rosa de los influencers no es real, es un trabajo para mostrar lo idílico del producto que venden. Todo ello influye en su autoestima y en ciertos valores como la apología del consumo, que estos sean los modelos de nuestros hijos, lo que causa mucha frustración e insatisfacción. También causa frustración pensar que pueden ser en el futuro youtubers o influencer sin saber si disponen de ciertas capacidades, habilidades y aptitudes. Por ejemplo, habilidades sociales para conectar, socializar, ser persuasivo y creativo. Tienes que saber aceptar las críticas y saber funcionar bajo presión.
¿Cómo se configura la identidad y la reputación digital de un adolescente en Internet?
En el libro muestro una fórmula sobre la reputación en la red: ‘Lo que escribes sobre ti mismo y lo que cuelgas’ + ‘Lo que escribes sobre los demás’ + ‘Lo que otros comentan o muestran sobre ti’. Todo lo que publicas se queda eterno. Hay que concienciarles de que cuando vayan a su primera entrevista de trabajo y en 30 minutos digan lo responsables y maravillosos que son, va a pesar más la información publicada en sus redes sociales que lo que digan en esa entrevista personal. Una imagen o reputación pueden ser manchadas por otros o destruidas con solo enviar un mensaje que circula de móvil en móvil a la velocidad del viento. Por eso tiene que saber expresarse con respeto y asertividad sin tener que dañar a otros.
¿Y cómo evitar que las redes sociales se conviertan en un campo de minas para los menores?
Ni prohibiendo, ni sobreprotegiendo ni dejándoles navegar a la deriva. En compañía y con supervisión hasta que generen autocontrol.
Las redes sociales también tienen su cara b. En los últimos años han surgido numerosas comunidades peligrosas en línea, nuevos delitos y estafas.
Nuestros hijos están expuestos a grupos que pueden enriquecer y a otros inapropiados que pueden perjudicarles. Algunos promueven la intolerancia e incitan al odio y la violencia, lo hacen desensibilizando a los niños frente a estos contenidos y justificando y normalizando estos comportamientos. Hay algunos que promueven trastornos de alimentación (proanorexia y probulimia) y en otros que incitan a participar en desafíos altamente peligrosos para sus vidas.
Por último ¿Cómo definirías la salud digital?
Salud es el bienestar físico, psicológico y social. Aúna hacer un uso responsable, seguro y saludable de la tecnología en todas las facetas en las que el niño se relaciona con las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC). Trataría de no patologizar, ¿comer un helado de chocolate es malo? ¿lo prohibimos, les culpamos cada vez que se comen uno? ¿Les decimos todo el día las grasas que tiene y la repercusión del azúcar en su cuerpo o dejamos que lo disfruten si lo consumen de manera responsable y saludable? Por ejemplo, que no se coman tres, que coman una dieta equilibrada rica en frutas y verduras, y nunca helados antes de cenar. Así les educamos en hábitos de salud alimentaria. Desde la digitalización también se puede facilitar, por ejemplo, la igualdad de género. Se promueven iniciativas para acercar a niñas y adolescentes a carreras universitarias relacionadas con áreas de ciencia, ingeniería, matemáticas o tecnología, y así empoderarlas y que puedan soñar que pueden ser quienes ellas quieran y cumplirlo. Hay que ahondar mucho más todavía.