A los 15 años, el 70 % de los menores tiene teléfono móvil propio, porcentaje que sigue aumentando cada año. Al mismo tiempo, cada nuevo estudio rebaja esa edad de inicio en los dispositivos inteligentes. Pero ¿a qué edad conviene regalar un móvil a nuestros hijos? ¿Puedo luchar contra la presión social? ¿Qué mecanismos pueden usarse para guiar a los más pequeños de la casa?
El informe de la Comisión Europea Niños pequeños (0-8) y tecnología digital: un estudio cualitativo en Europa (2017) señala que los niños tienen sus primeros contactos con las pantallas cuando tienen menos de dos años, cuando usan los dispositivos de los padres. Estos dispositivos se entregan para ver dibujos y entretenerles mientras desayunan o comen.
Con dos años es frecuente encontrar escenas graciosas en las que los niños tratan de hacer zoom en revistas impresas, o pasar las páginas de un libro físico con un clic. Estos comportamientos indican cierta frustración, ya que el mundo deja de comportarse en base a reglas que ya tenían integradas, por lo que conviene enseñarles las diferencias básicas entre ambos formatos.
Según la Encuesta sobre Equipamiento y Uso de Tecnologías de Información y Comunicación en los Hogares publicada por el INE, “el 69,5 % de la población de 10 a 15 años dispone de teléfono móvil frente al 66,0 % de 2019”. La serie histórica es sorprendente, ya que en 2003 solo el 34,3 % de los niños de 10 a 14 años tenía móvil propio. Cada vez lo recibimos a edades más tempranas.
Presión social, principal motivo
“Todos mis amigos tienen móvil y yo me quedo fuera”. Muchos padres se encuentran con una situación similar en casa, y sienten una creciente presión social para regalar su primer teléfono. La perspectiva de que los hijos se conviertan en parias sociales por no acceder a la tecnología que impera en el patio del recreo es una visión que no muchos padres están dispuestos a abrazar.
Sin embargo, conviene primero contrastar esta información con otros padres, como recomienda María Zabala, experta en alfabetización y ciudadanía digitales. Son los padres quienes deben decidir si el teléfono es una opción o no, no los hijos. Aunque todas las opciones iniciales se concentran en esperar o permitir el uso del teléfono, no todos los teléfonos son iguales.
Uno de los motivos de peso para regalar un teléfono (no un smartphone) es la necesidad de estar disponible. El paso del colegio al instituto, que implica una mayor autonomía por parte del menor, a menudo va acompañado de más independencia. Ir a la escuela solo (o acompañado de compañeros de clase) o caminar del instituto a allí donde se realicen actividades extraescolares.
Sin embargo, el smartphone o la tablet es un elemento particularmente útil para estudiar. Especialmente durante el confinamiento derivado de la COVID-19 se convirtió en la puerta de acceso al colegio de muchos estudiantes menores de edad. El teléfono inteligente permite ampliar las capacidades educativas de los alumnos, aunque no está exento de distracciones.
Para paliar estas últimas, así como otros problemas relacionados con el acceso a determinados contenidos, existen aplicaciones de control parental que permiten blindar el teléfono en buena medida: establecer horarios de uso, bloquear la descarga de apps o permitir la utilización de algunas aplicaciones durante determinadas franjas de tiempo. Sin embargo, esta herramienta avanzada exige un entrenamiento previo en casa.
Acompañamiento durante la adopción tecnológica
Marga Cabrera, profesora e investigadora española fundadora del Observatorio de Nuevos Medios en España y Rebeca Díez, doctora en Comunicación, ambas coautoras del capítulo ‘Padres analógicos frente a huérfanos digitales’ del libro Los nativos digitales no existen, comparan regalar un móvil con dejarles cruzar la calle solos. Acompañar a los menores es clave en la adopción de tecnología.
Al igual que los llevamos de la mano durante sus primeras incursiones urbanas, nos bañamos con ellos cuando aprenden a nadar o los acompañamos junto a la bici mientras pedalean por primera vez, es importante estar ahí cuando usen los dispositivos digitales. Su entrega, respondiendo a la pregunta del titular, varía en función de la necesidad del menor a tener móvil y su madurez personal.
Eso implica que el teléfono es un dispositivo auditable por los padres, no una herramienta que regalar y de la que uno pueda o deba olvidarse. Saber qué se descarga, qué contenido visualiza o qué aplicaciones utilizan los menores es básico, especialmente durante los primeros años de uso en los que se recomienda un acompañamiento activo, esto es, estar físicamente con ellos mientras lo usan. Laura Cuesta, experta en cibercomunicación y especialista del Servicio de Prevención de Adicciones del Ayuntamiento de Madrid, reconocía recientemente en Levanta la cabeza que “no vale con dar un móvil a nuestros hijos, hay que conocer su vida digital”.
También se recomienda establecer una serie de normas de uso que no pasen por un control parental estricto. Parte del aprendizaje exige autocontrol, y un control paterno puede ahogar este tipo de lecciones vitales que aprendemos por nuestra cuenta. Un ejemplo: que el teléfono se apague mediante control parental a las 22:30 horas pero que haya una norma de ‘nada de teléfonos durante la cena’.
A medida que el menor va ganando la confianza de sus padres en materia de buen uso de la tecnología, estos pueden ir abriendo los permisos, como ocurre con los ruedines de la bicicleta, hasta que llegue un momento en que finalmente los controles se retiren y el menor pueda hacer uso de la tecnología de forma responsable. En la era de las pantallas, cada vez más estudios están comprobando cómo afectan las pantallas al rendimiento escolar e intelectual y a la salud de niños y adolescentes.