La realidad ha dado la razón, en parte, a Nicholas Carr. Hace justo una década el escritor estadounidense escribió ‘Superficiales: ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?’ (ed. Taurus), un alegato bien documentado para denunciar los efectos adversos de la tecnología en nuestra capacidad mental. Hoy, las pantallas alteran nuestro descanso, las notificaciones y demás alertas nos tienen en un estado de sobresalto constante, los múltiples estímulos nos llevan a una día a día sin mucha calma. Pero el otro día, durante una entrevista para BBC News, el propio Carr admitía que “la tecnología nos ha ayudado a seguir trabajando, estudiando y socializando sin tener que estar presentes físicamente. Así que, por un lado, deberíamos sentirnos agradecidos de tener todas estas poderosas herramientas para conectarnos. Pero también es cierto que ahora nos estamos volviendo todavía más dependientes hacia la tecnología”.

El confinamiento impactó en todos a la vez, pero fueron estudiantes y profesores los primeros colectivos en saber lo que se avecinaba, tecnológicamente también. El contacto físico entre alumnos y también con los docentes terminó hace ahora un año y la enseñanza en remoto tuvo pocos días para adaptarse a la nueva realidad pandémica. El día que cerraron las escuelas e institutos, más del 10 % de los 8,2 millones de alumnos de enseñanzas generales perdieron el contacto con sus profesores. En marzo de 2020, el sistema educativo se trastocó y no sabemos hasta cuándo. Al principio todos a casa y clases online, después semipresencialidad… Los colegios no han vuelto a la normalidad y las herramientas tecnológicas se han convertido en protagonistas, pero ¿se están utilizando bien?

Respuesta rápida

El cierre de los colegios fue el disparadero para ser conscientes de la grave situación sanitaria que vivimos. Fue la escuela la señal de alarma que nos hizo ver que esto iba en serio. “En ese momento hubo una respuesta relativamente rápida y en la mayoría de los casos fue una respuesta buena, no se llegó a todo, pero se trabajó mucho y muchas cosas se hicieron bien. Se logró, en términos generales, ofrecer una respuesta en una situación que jamás imaginamos que iba a ocurrir”, explica Ainara Zubillaga, directora de Educación de la Fundación COTEC.

El profesorado se sintió abandonado por la administración educativa. En los momentos más duros de la pandemia, los docentes se supieron adaptar, intentando mantener el nivel de enseñanza. Y también –y no menos importante– se preocuparon por el estado físico y emocional del alumnado. En el comienzo del curso 2020-2021 expresaron la necesidad de reforzar infraestructuras (espacios y recursos tecnológicos) y plantillas, tal y como aseguraron en el informe Panorama de la educación en España tras la pandemia de covid-19: La opinión de la comunidad educativa, editado por la FAD

El curso acabó en junio y todos esperaban que el inicio en septiembre fuese distinto, que algo hubiéramos aprendido. Pero llegó la segunda ola del coronavirus y el regreso a la escuela se convierte en un tema de debate. Hace seis meses parecía que las aulas iban a ser un criadero de contagiados y, por las cifras que se manejan, no ha sido así. La sensación de miedo cundió y la organización de los centros logró disipar esos temores. El segundo trimestre arrancó con una borrasca histórica y la escuela volvió a cerrarse durante unos días y ahora que acaba “hay una sensación de cansancio en todas partes y algunas decisiones se han tomado quizá sin mucha reflexión estratégica a medio-largo plazo, se han tomado para pasar este curso”, comenta Zubillaga.

Muchas de estas decisiones están vinculadas a los procesos de digitalización, “hay una especie de fiebre de meter la tecnología en los colegios como sea, introducir todas las plataformas posibles, que todo esté en formato digital, en un intento de que si desaparece el espacio-escuela todo lo tiene que sostener la estructura digital. Y en ese escenario no se están tomando las decisiones correctas. Se está notando con los estudiantes más pequeños y sobre todo con los mayores. Habría que debatir el modelo de semipresencialidad (3º de la ESO y Bachillerato), que creo que va a tener costes”.

La mayoría de expertos entiende que la escuela es un vínculo fundamental en el desarrollo de los adolescentes. “No es lo mismo que tengas 5 o 16 años, pero el coste de la educación semipresencial está ahí. Muchos adolescentes se están desenganchando, no sienten ese vínculo y empiezan a sentirse fuera de la dinámica escolar. La semipresencialidad va a tener un impacto social en el aprendizaje. En 2021 hay informe PISA, a ver qué sale”, afirma la responsable de Educación de COTEC.

Zubillaga explica así esa fiebre tecnológica: “Cómo es posible que un niño de 6 años, por ejemplo, tenga a día de hoy cuatro plataformas para acceder a materiales, libros, deberes, etc. Tiene más contraseñas que yo, cuatro formas de interaccionar, un crío de 6 años con dinámicas de interacción con la máquina distintas, con formas diferentes de pasar las hojas, encontrar el ejercicio, de dar la respuesta… Luego dirán que están acostumbrados, pero esto no funciona así. No podemos poner el sistema educativo al servicio de la tecnología, la tecnología tiene que estar al servicio del aprendizaje. Requiere una reflexión de centro potente y es aquí donde se ve la diferencia entre centros”, apunta Zubillaga.

El reparto de dispositivos también ha sido otro síntoma. Hay una fiebre absoluta por repartir dispositivos a todo el mundo en un intento por acabar con la brecha digital. Se han firmado convenios entre administraciones públicas y empresas privadas, las ONG se han mostrado muy activas… y “todo eso está muy bien, pero me da la impresión de que se ha llevado a cabo sin control y coordinación y sin pensar qué hacemos con eso. La brecha digital no se arregla repartiendo dispositivos. Ahora va a venir mucho dinero de Europa y tendríamos que usarlo bien. Puede pasar lo que pasaba en muchos centros, unos no tenían apenas tecnología y otros tenían tantos dispositivos que muchos estaban guardados en la caja sin abrir”, explica Zubillaga.

La prioridad para la especialista en educación de la Fundación COTEC es que, durante este curso excepcional, donde lo emocional y el aprendizaje están imbricados, las diferencias no se agranden. “Aquí hay unos grandes perdedores, los alumnos vulnerables. Los datos dicen que la pérdida de aprendizaje tiene un componente altamente significativo en aquellos colectivos más vulnerables, hay un problema de equidad y desigualdad”. Todos intentamos que el curso discurra como si fuese normal pero la crisis sanitaria ha tenido un fuerte impacto en la parte pedagógica: relación social, trabajos en equipo, tutorías, funciones de teatro… “muchas cosas del día a día no se pueden hacer”, comenta.

Reparto de dispositivos

Entregar tabletas u otros dispositivos resuelve una parte muy pequeña del problema. Muchos de esos chavales, que están en situación de riesgo, están en sus casas solos, acudiendo a clase unos días sí y otros no, sin una estructura familiar que les pueda dar un apoyo en el proceso académico, con problemas de conectividad. “Además, en muchas de esas familias los trabajos que realizan sus padres se consideran son esenciales y no permiten el teletrabajo. Confinan una clase y yo puedo hablar con mi jefe para irme a casa y seguir trabajando allí, pero otros no pueden”.

Por otra parte, muchos docentes se preguntan si se está utilizando bien la tecnología o simplemente están reproduciendo procesos analógicos de la enseñanza presencial, la que había antes de marzo de 2020. “La tecnología debe aportar algo más. No puedes tener a chavales de 15 años frente a una pantalla con un profesor dando una charla de una hora como si los tuviese en clase junto a la pizarra y además obligarles a tener la cámara encendida porque no te fías de lo que están haciendo”, comenta Zubillaga.

Virtualizar lo presencial

“El problema viene del desconocimiento de lo que significa la enseñanza en red y ello ha ocasionado que el cambio a la modalidad virtual se ha producido intentando ‘virtualizar’ lo presencial. En otras palabras, hemos intentado enseñar del mismo modo que lo haríamos en presencial. Si en presencial tengo seis horas de clase, ahora hay que impartir las mismas clases por videoconferencia. Si en presencial hago prueba tipo test, en lo virtual mi preocupación es la vídeovigilancia”. Nos equivocamos si hacemos esta traslación, explican en The Conversation María del Mar Sánchez Vera y Paz Prendes Espinosas, profesoras de Tecnología Educativa de la Universidad de Murcia.

Estas investigadoras recuerdan que la enseñanza virtual tiene que ir más allá, “nos permite superar los muros de las aulas y diseñar situaciones colaborativas, aprendizaje basado en proyectos, actividades interactivas, trabajar en modelos de acción tutorial… Y de forma similar, deberíamos pensar en otros modelos de evaluación como las presentaciones orales, los informes, trabajos de investigación y análisis críticos”.

Otro mal uso de la tecnología en la educación fue puesto en evidencia recientemente por investigadores de COTEC y la fundación ISEAK, que comprobaron en 22 países europeos y en 17 comunidades autónomas españolas como una utilización muy intensa de los dispositivos tecnológicos en el aula penaliza a el rendimiento en matemáticas. “Es un titular muy provocador pero el dato es el que es. Cuáles son esos usos, ese el debate. Cuando los dispositivos se usan para reproducir procesos analógicos, los dispositivos no están aportando tanto”, comenta Zubillaga.

Abandono escolar y fracaso

Aunque todavía no hay datos reales para medir el rendimiento y los resultados del aprendizaje en el curso pasado, empieza a ver señales de que el cierre de las escuelas ha provocado una pérdida significativa del aprendizaje. “Parece que el último trimestre del curso pasado no fue bien –aclara la responsable de Educación de COTEC–. Todo lo que se ha perdido esos meses lo vamos a ver de forma más clara dentro de un año. Y es posible que por ejemplo en España se puedan ver vinculados esos datos, ojalá no, con tasas de abandono educativo temprano y fracaso escolar”. En España la tasa de abandono educativo temprano venía disminuyendo –de más del 30 % en 2008 a alrededor del 17 % en 2019–, pero sigue siendo superior al promedio en la Unión Europea, que se sitúa en el 10,6 %.

“Este es el gran problema del sistema educativo español pues la personas que no finalizan, al menos, FP de Grado Medio o Bachillerato tendrán después problemas de inserción laboral y social que lastrarán sus oportunidades”, explican Jorge Sainz e Ismael Sanz, investigadores de Economía Aplicada en la Universidad Rey Juan Carlos, en el estudio ‘Los efectos del coronavirus en la educación’. Que la crisis sanitaria está agravando las disparidades educativas que existían con antelación lo reconoce también Naciones Unidas. Esa pérdida de aprendizaje “amenaza con extenderse más allá de la generación actual y echar por tierra los progresos realizados, en particular en apoyo del acceso de las niñas y las mujeres jóvenes”, tal y como indica el informe ‘La educación durante la covid-19 y después de ella’, publicado por la ONU en agosto de 2020, que cifra en casi 24 millones los niños y jóvenes que podrían abandonar la escuela o no acceder a ella en todo el mundo.

Esa pérdida global de aprendizaje y habilidades puede afectar también a la trayectoria profesional de los estudiantes que si terminen la educación obligatoria. Una de las consecuencias, según diferentes estudios, será la reducción de ingresos a lo largo de lo carrera laboral.

Distancia entre sociedad y sistema educativo

Por eso es el momento de ajustar los conocimientos, capacidades y habilidades que debe garantizar el sistema educativo con las necesidades de la sociedad y el mercado laboral. “La escuela va por un lado y la sociedad por otro. Muchas cosas que pasan en la sociedad –por ejemplo, la transformación tecnológica– van muy deprisa. Y el sistema educativo, como el sanitario, no son sistemas rápidos, no permiten la toma de decisiones rápidas. Genera aún más brecha cuando la sociedad va un ritmo mucho más rápido que la escuela. La distancia se va agrandando”, concluye Ainara Zubillaga, que confiesa que existen otros aprendizajes “más competenciales que se han ganado en esta situación de pandemia”.

La sobrecarga en el curriculum del sistema educativo, sobre todo en la Educación Secundaria Obligatoria (ESO), ha puesto en evidencia sus fisuras, pero las competencias digitales sí se han visto fortalecidas, aunque hubiese decisiones equivocadas. “La aceleración de la digitalización, que es seguro que no tiene marcha atrás, es enorme. Se ha hecho en tres meses más que cualquier política educativa de integración de la tecnología en una década. Y todo ello sin que el docente estuviera preparado para ese acelerón, pero es verdad que han sido capaces de seguir el ritmo, entender todos que esto está aquí y que hay que integrarlo, luego ya veremos cómo. Por primera vez, todos están en la misma carretera, incluso el docente más escéptico con el uso de la tecnología no ha tenido otro remedio. Y a lo mejor ha visto cosas positivas de la tecnología que le ha facilitado rutinas del día a día”, asegura Zubillaga.

Formación de los docentes

La formación de los profesores es otro de los temas a abordar. En opinión de la responsable de Educación de COTEC, la carrera profesional docente “no está bien. La tecnología, por ejemplo, tiene una presencia ridícula en los planes de estudio del Ministerio, es ridícula. Hay alguna asignatura en cuatro años y no siempre obligatoria”. Esta fundación, cuyo principal objetivo es promover la innovación, lanzó en septiembre La escuela, lo primero, un proyecto que recopila soluciones diseñadas por los propios profesionales de la educación, desde cómo mapear recursos y establecer alianzas para la comunidad educativa u organizar tiempos y espacios de forma flexible a cómo transferir metodologías activas al entorno virtual o cómo incorporar la participación de las familias.

La tecnología está en todas partes, en el transporte, en casa, en la medicina, en los viajes, cuando hacemos la compra… “pero su importancia se cuenta muy mal”, asegura Zubillaga. “Al final se vende con el discurso del cacharro, del dispositivo, y no es correcto. Usamos los dispositivos para algo y en eso tenemos que incidir. Si no lo explicas bien, se produce la distancia entre tecnología y ciudadanía y parece que la tecnología solo es accesible a mentes privilegiadas capaces de hacer grandes programaciones y gestionar algoritmos”.

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