La inclusión también debe ser tecnológica. O quizá la tecnología tendría que ser cada vez más inclusiva. Estamos a punto de llegar a una cifra que impresiona. En breve seremos más de 8.000 millones de personas conviviendo en el mundo, de las cuales más de 1.000 millones viven en una situación de discapacidad. Según el último informe Brecha Digital y Discapacidad, realizado por DicaTIC (Cátedra de Brecha Digital y Diversidad Funcional), un 62 % de los usuarios con discapacidad tiene dificultades de acceso a internet o durante su utilización. Más de un 4 % no dispone de acceso a la red y un 30 % no dispone de un teléfono inteligente. Los autores del estudio, Manuel Martínez Torán y Chele Esteve Sendra, presentaron la semana pasada los resultados y citaron un informe comparativo realizado en 27 estados de la Unión Europea para asegurar que las personas con discapacidad “son muy susceptibles a la exclusión digital”.

Esta brecha digital tiene que ver con los conocimientos de los usuarios y también con la adaptación de las tecnologías, la accesibilidad digital o su usabilidad. La falta de formación, de recursos o el nivel de adaptabilidad de las apps, plataformas, softwares, teclados y ratones, asistentes virtuales y otras herramientas tecnológicas destacan entre las principales carencias del entorno digital. Como defendemos en Levanta la cabeza, la digitalización será sostenible cuando sea segura, responsables y universal.

Derechos digitales

La autonomía de las personas con discapacidad física, sensorial (visual o auditiva), intelectual o psíquica es la pieza esencial para que puedan disponer de los mismos derechos digitales que el resto de la población, junto con la mejora de la interacción y conexión social. De hecho, la Unión Europea avanza en una nueva normativa que incorpora la accesibilidad como criterio central en cualquier proyecto o estrategia tecnológica.

Actualmente existen asistentes virtuales que responden a comandos de voz, lectores que permiten reproducir en voz alta el texto de un correo electrónico, transcriptores instantáneos que convierten en texto todo lo que escucha, creadores de subtítulos para vídeos, podcasts y mensajes de audio, o herramientas que permiten crear botones personalizados para la pantalla de inicio y así poder configurar tareas de una forma más sencilla.

Los expertos de la DicaTIC analizan cada tipo de discapacidad para establecer las necesidades tecnológicas. En el caso de loas personas con discapacidad visual, diferencian entre aquellas que tiene resto visual y las que no. Para las primeras, bastaría con disponer de pantallas más grandes y luminosas. Sin embargo, en las situaciones donde no hay resto visual, la solución pasa por herramientas tecnológicas que traduzcan el código visual a sonoro. Aunque los lectores de pantalla y asistentes virtuales tipo Alexa o Siri han supuesto un adelanto, los entrevistados sostienen que “no siempre funcionan como deberían y tienen la limitación de que el código sonoro es siempre secuencial y no permite una percepción de conjunto. No sirve, por ejemplo, para las matemáticas o para aprender griego”.

La otra opción son los teclados adaptados al braille, pero es una solución cara a la que muy pocos pueden acceder.

Lenguaje de signos y videollamadas

En las personas en situación de discapacidad auditiva se añade otra brecha digital, la relacionada con la edad avanzada de muchos de los usuarios. Está claro, y se pudo comprobar durante la pandemia, que la generalización del smartphone contribuyó a cambiar de forma radical y positiva las vidas de las personas mayores y con problemas de audición. Una de las carencias tecnológicas tiene que ver con las plataformas de videollamada, donde aumentan las dificultades de comunicación porque “el lenguaje de signos es más difícil de interpretar a través de una pantalla y sin el contexto del lenguaje corporal en su conjunto”, asegura el informe, que ha sido promovido por la Universitat Politècnica de València (UPV) y la consellería de Innovación de la Generalitat Valenciana.

Si hablamos de discapacitados físicos hay que referirse a todas esas aplicaciones tecnológicas que facilitan hacer las cosas a distancia y que durante los meses de confinamiento permitieron a estas personas mantener una autonomía operativa. Los entrevistados en el estudio Brecha digital y Discapacidad han descrito obstáculos rutinarios como, por ejemplo, el tiempo insuficiente de que disponen para meter una clave digital o el ritmo demasiado rápido al que van los videojuegos.

Las personas con discapacidad intelectual “es uno de los colectivos que con más entusiasmo han abrazado las nuevas tecnologías (…) Suelen utilizarlas de modo intensivo, en particular, con el objeto de reafirmar su sensación de pertenencia y para estimular sus conexiones sociales”. Utilizan sobre todo el móvil y la tableta porque el ordenador les resulta más complicado. Buscar información, conectarse a redes sociales, escuchar música, ver fotos o películas, y chatear son los principales usos. Los interesados reclaman más formación, más sencillez y mas empatía social.

En cuanto al colectivo afectado por trastornos de salud mental, los investigadores han observados que estas personas demandan soluciones específicas y que la tecnología les ponga las cosas más fáciles para lograr la integración y la conexión social.

Como curiosidad, la encuesta señala que la mayoría –cerca del 59%– no tiene cuenta bancaria digital propia y hay un uso muy bajo de cuentas de compra online, debido, sobre todo, a la desconfianza o temor que genera en estos colectivos las transacciones económicas en línea.

Apps y herramientas novedosas

Te explicamos a continuación algunas de las últimas soluciones que ayudan a la inclusión tecnológica:

InSuit. La empresa valenciana Everycode ha desarrollado una aplicación gratuita que proporciona accesibilidad y usabilidad online, adaptando el diseño web para que el usuario perciba, entienda, navegue e interactúe con ella. Sirve para cualquier ordenador y proporciona desde la nube la ayuda técnica para que cada persona pueda navegar de manera adaptada a sus necesidades y preferencias. InSuit dispone de un método de comunicación por habla mediante lenguaje natural, un sistema de navegación simplemente con movimientos de cabeza, un método de comunicación de toque para las personas con discapacidad visual, y una interfaz con pictogramas para hacer más sencilla la comprensión del contenido y la navegación. También se pueden beneficiar las personas mayores que han visto mermadas sus capacidades.

SmartLazarus. El proyecto desarrollado por la Universidad de Salamanca (USAL) es una aplicación de sensorización, geolocalización y guiado en tiempo real para las personas con discapacidad visual. SmartLazarus obtiene información del entorno para calcular la posición del usuario en un lugar cerrado. La aplicación se aprovecha de todos los puntos wifi y bluetooth y de los sensores embebidos en los teléfonos inteligentes que hay en los edificios para establecer esa localización. Un asistente de voz detallará el recorrido y lo que se puede ir encontrando el usuario.

Visualfy. Otra herramienta creada en la comunidad valenciana que permite a las personas sordas detectar todos los sonidos del entorno. Una red de micrófonos colocados en los enchufes de una casa escucha los sonidos que se producen y luego son traducidos por el sistema Visualfy a señales visuales para que puedan interpretarlas fácilmente. Una inteligencia artificial (IA) identifica las sonidos (timbre, alarma de incendios, interfono, etc.) y los traduce en alertas visuales accesibles para las personas con pérdida auditiva en cualquier dispositivo, por ejemplo un smartphone. La mitad de los empleados de la compañía levantina son personas sordas y todos los contenidos que produce están en lengua de signos y formato audiovisual subtitulado.

DaVoz. La fundación Universia y la empresa Indra han impulsado este dispositivo que interpreta de forma automática el lenguaje de signos para facilitar la comunicación de las personas sordas. Un sensor es capaz de identificar los gestos del lenguaje de signos y con una IA se traduce a una voz sintetizada.

DictaPicto. Es una app que permite pasar un mensaje de voz o escrito a imágenes de forma automática e inmediata, y que está pensada, sobre todo, para personas con trastorno del espectro autista. El objetivo es mejorar el acceso a la información y facilitar la comprensión del entorno, y también que los niños con autismo tengan un sistema aumentativo y/o alternativo de comunicación. Al final, estos estímulos benefician a los menores y sus familiares.

Lookout. Esta herramienta desarrollada por Google está dirigida a personas invidentes o con visión reducida. Con el móvil se enfoca un objeto o texto y mediante visión artificial los identifica y describe a través de la voz. Lookout escanea etiquetas, documentos o reconoce billetes.

Signary. Jóvenes con discapacidad intelectual –a los que muchas veces les cuesta vocalizar– se están apoyando en el lenguaje de signos para mejorar su comunicación social. La Fundación Garrigou ha cogido el mensaje y ha lanzado Signary, una app basada en la lengua de signos española que a través de un buscador o utilizando categorías (casa, colegio, naturaleza, alimentos, salud, etc.) consigue encontrar una gran colección de signos para mejorar la capacidad comunicativa. Disponible para iOS y Android.

Euphonia. Este proyecto de Google busca facilitar la comunicación de pacientes con ELA (Esclerosis lateral Amiotrófica) que sufren disartria, una alteración en la articulación de las palabras provocada por la dificultad para mover los músculos de la boca, la cara y el sistema respiratorio. El objetivo es entrenar una inteligencia artificial para que la tecnología de reconocimiento de voz también sea eficaz para las personas que tienen dificultades en el habla. La IA aprenderá con voces afectadas por disartria para mejorar los algoritmos de reconocimiento de voz. Por el momento, las pruebas se están haciendo con personas con ELA y en inglés.

Por otro lado, hace ahora un año os contamos que una profesora de Bioética de EE. UU. defiende reinventar los humanoides con inteligencia artificial para que ayuden a las personas mayores con discapacidad a emocionarse y sentirse bien física y mentalmente.