Conducir la era digital hacia un futuro más justo, ético e inclusivo y lograr que el impacto de la tecnología cierre brechas en la sociedad son los propósitos de Digital Future Society, iniciativa impulsada por el Gobierno de España y Mobile World Capital Barcelona que conecta a expertos para buscar soluciones. Su propósito es tan ambicioso como necesario. Que no se quede en una declaración de intenciones es la labor que tiene encomendada una economista barcelonesa nacida en 1972 con amplia experiencia en organizaciones multilaterales como las Naciones Unidas o la Comisión Europea. Cristina Colom era directora de comunicación de Shell en Europa –una de las grandes empresas de hidrocarburos del mundo– cuando dijo que sí a ser la maquinista de la Digital Future Society. Contrarrestar la desinformación y empoderar al ciudadano mediante la alfabetización digital son dos de sus obsesiones.

Digital Future Society elabora diagnósticos de los retos que plantea el desarrollo tecnológico ¿Cómo consigue que administraciones públicas y organizaciones empresariales hagan caso de sus recomendaciones?

Lo primero que hay que decir es que la tecnología va muy rápida y la regulación lleva otro ritmo, por eso están apareciendo dilemas y problemáticas que hay que abordar. Digital Future Society tiene una parte de investigación y análisis, de donde salen soluciones que hay que poner en práctica. A veces esas soluciones se pilotan desde nuestro programa. Por ejemplo, uno de los ámbitos donde trabajamos es el impacto del sector tecnológico en el medioambiente por el gran consumo de energía que produce el uso de los servicios digitales, las redes o los centros de datos. Buscamos empresas pequeñas emergentes que puedan darnos opciones para reducir e identificar esa huella medioambiental. Y también hay recomendaciones que se trasladan a los gobiernos. Te pongo un ejemplo: uno de los auges que vivimos son las plataformas digitales de trabajo en las que el trabajador no está regulado ni protegido y donde las capacidades que va adquiriendo nadie las tiene en consideración en un currículum. Con ayuda de expertos, hemos creado recomendaciones que hemos presentado en el Estado de California, donde había una comisión específica para regular este tipo de empleo.

Estamos hablando entonces de una iniciativa trasnacional, no solo en el ámbito español.

Es una iniciativa trasnacional pero el entorno más próximo es España, que puede jugar un rol especial en lo que llamamos el humanismo tecnológico. Creemos que esa idea de que la persona esté en el centro del desarrollo tecnológico se puede pilotar desde aquí, desde España. Podemos ser un referente, somos una unidad pequeña y modesta, pero hemos conseguido hacer una red de expertos en todos los ámbitos, que son los que tienen algo que decir para que la agenda digital del futuro sea más inclusiva y equitativa.

Cuándo analizas el impacto de la tecnología y miras al futuro ¿Qué porcentaje de distopía ves?

(Risas) No lo sabría medir en porcentaje. La tecnología es neutral, el uso es de la tecnología es lo que te puede llevar a esa distopía o a una utopía. En Digital Future Society creemos que existe una emergencia digital. No podemos estar en los laureles pensando cómo cambiar el mundo, hay que cambiarlo, identificar los retos y trabajar. No es que no quiera contestarte. Para mí, más que si habrá o no distopía, lo importante es que la tecnología es una palanca que ofrece oportunidades y beneficios para la sociedad, pero a su vez está produciendo desigualdades y falta de oportunidades en los más vulnerables. No hay que demonizar a la tecnología, hay que modificar el diseño mismo de esa tecnología para hacerlo más humanista. Estoy pensando en la inteligencia artificial o el big data. Al final es el ser humano quien la implementa y hace que ese uso sea más correcto.

Hemos convertido en un mantra eso de que la pandemia ha acelerado la transformación digital, pero al mismo tiempo es evidente que el coronavirus ha ampliado la brecha digital.

Nuestro mensaje es que puede salir algo positivo de esta pandemia porque las entidades relevantes se han dado cuenta de esos retos, de esas brechas digitales. Existe más de una brecha, de conectividad, de ubicación, de género, de contenido, de accesibilidad económica, de discapacidad… La foto de la brecha digital es muy fea. Es evidente que las brechas existen y se han ampliado, pero no hay gobierno o empresa que se precie que al menos no intente abordar ese dilema y buscar soluciones. Soluciones que pasan por empoderar al ciudadano, que tiene que ser capaz de entender y manejar las nuevas tecnologías para no quedarse atrás. Desgraciadamente, y solo mirando a la Unión Europea, más de un 40 % de la población no tiene los mínimos de capacitación digital. No es que no tenga internet, es que no sabe cómo manejar las herramientas tecnológicas. Algunas brechas son más sencillas de resolver con inversión en infraestructura y otras van más en la línea de empoderar y formar al ciudadano, ayudarle a tener esas capacidades, a mejorar su alfabetización digital.

¿La brecha digital es más grande ahora que antes de marzo?

Las brechas digitales se han ampliado. Hemos visto a niños que no podían acceder a internet, que no tenían dispositivos suficientes o no sabían cómo utilizarlos. No solo ha pasado en España. Lo primero que hay que hacer es un buen diagnóstico porque no estaba en la agenda de gobiernos y administraciones. Hay soluciones que pasan por la formación, la educación y la sensibilización digital a través de campañas que enseñen a usar bien las herramientas. Con los mayores hay más dificultad para formarles. En Portugal, por ejemplo, se ha hecho educación a través de la televisión. En un principio se planteó para niños de zonas rurales, y ahora con la pandemia se implementaron cursos formativos a través de la tele, y las personas mayores también se han involucrado.

¿Cómo se empodera a los más jóvenes, a esa generación que ha tenido desde la infancia una pantalla delante de sus ojos?

Hay que enseñar a los jóvenes a tener pensamiento crítico y eso tiene que salir de las escuelas y también del hogar familiar. La responsabilidad frente a la desinformación o la publicidad engañosa no es solo de la educación. Se necesitan más sociólogos, antropólogos y humanistas en la formación tecnológica de nuestros jóvenes y para que interpreten mejor el entorno digital. El otro elemento es que hay que concienciar más y mejor a la sociedad del impacto que están teniendo las pantallas en nuestros hijos y jóvenes. En ‘La fábrica de cretinos digitales’, best seller del neurocientífico Michel Desmurget, hay un mensaje simple, internet nunca podrá sustituir a un profesor en la empatía, en el acompañamiento para entender las cosas, para saber convivir con la diversidad… Es un mensaje obvio y nosotros nos estamos creyendo que podemos hacer toda la formación online.

¿Cuál es la responsabilidad de los adultos? En ocasiones, ese uso abusivo de las pantallas se da también en los padres.

Estoy de acuerdo. Cómo voy a formar a nuestros hijos si estoy en una cena familiar con el teléfono móvil encendido al lado del plato. No somos conscientes del daño que hace pasar tanto tiempo frente a una pantalla. Sin embargo, y dicho esto, tenemos que vivir con ello. No podemos cerrar el mundo digital a los niños, hay que dosificar la tecnología y formar a los más pequeños.

¿Tienes algún truco para no estar todo el día frente a una pantalla?

No soy la persona más adecuada para responder (risas), pero sí creo que tenemos que aplicarnos todos la desconexión digital. Tiene que haber límites por salud y por temas de privacidad. Hay que hacer un balance de lo que es importante en la vida, de cómo el uso abusivo de pantallas puede afectarnos a la memoria, al sueño, a la inteligencia, como reconoce Desmurget. No podemos pensar que somos súper hombres y súper mujeres.

¿Qué es la alfabetización digital?

Tendría que ser una apuesta de país. Si no invertimos en que nuestros ciudadanos tengan capacidad de acceder, utilizar e interpretar el entorno tecnológico, habremos fracasado como sociedad. La alfabetización es empoderar al ciudadano para que tenga competencias, habilidades y conocimientos en relación con la información y las herramientas tecnológicas.

Muchas personas son conscientes de que cuando se descargan una ‘app’ o navegan por internet están cediendo datos y hay otras personas a los que parece no importarles esa cesión de información ¿Cómo se lo explicamos a un adolescente?

Antes de la pandemia nos daba más igual. Durante la pandemia se ha visto cierta desconfianza hacia esa cesión de datos. La educación y el pensamiento crítico es la solución, hay que explicar por qué esos datos son tuyos y por qué los quiero ceder a otra persona. Si explicamos que los cedes a un hospital para buscar una vacuna, estaré más tranquila, pero quién me garantiza quién va a utilizar esos datos y para qué. La confianza es clave, hay que confiar en el mundo digital, en las administraciones y en las empresas que regulan este mundo. El balance histórico no es demasiado bueno porque muchas empresas han basado su negocio en la monetización de esos datos, y casi no nos importaba. Ahora hay más conciencia por parte del ciudadano, la administración tiene que ser más transparente y las empresas han tenido que modificar sus políticas de privacidad. Hay un cierto cambio en la buena dirección.

¿Está Europa fuerte y preparada para enfrentarse a los gigantes tecnológicos?

Europa es muy fuerte en la protección del ciudadano, la persona está en el centro de nuestras políticas. Hay que mostrarse fuertes porque queremos consolidar una forma de pensar. Te pongo un ejemplo, la propia Comisión Europea creó un plan sobre desinformación que afecta a todos los estados miembros. Una de las iniciativas es el desarrollo de un Código de Buenas Practicas voluntario que firmaron en 2018 Facebook, Google, Twitter y Mozilla. Cada año rinden cuentas ante la Comisión informando de las modificaciones internas que han hecho. La crisis del coronavirus ha mermado la credibilidad y la confianza. Por eso hay que aplicar las políticas de máxima transparencia. Ha pasado con la app española RadarCovid. Muchos no se fiaban y el gobierno facilitó el código fuente. Fue un cambio relevante en las políticas de transparencia.

¿Qué piensas cuando se hacen inversiones multimillonarias en inteligencia artificial para enseñar a las máquinas a ‘tomar decisiones’ y al mismo tiempo se invierte muy poco en mejorar el sistema educativo de los jóvenes?

Invertir en tecnología es necesario para el futuro y también puedo decir que nunca estaremos a la altura de lo que tenemos que invertir en educación. Creo que hay que intentar equilibrarlo, existe una emergencia digital y está bien que la tecnología nos ayude, pero intentemos que esos beneficios lleguen a todos. La brecha está en la educación y afecta a los más vulnerables. La pandemia nos ha puesto a todos en nuestro lugar y habrá que reorientar las políticas. Un pilar importante es la Carta de Derechos Digitales, algo impensable hace poco tiempo.

Una de sus preocupaciones es el flujo de desinformación…

Es un tema muy delicado. El acceso a una información veraz, de calidad y contrastada es otra manera de empoderar al ciudadano. El ciudadano no puede actuar igual ante problemas serios, como por ejemplo el cambio climático, cuando la mayoría de las veces está accediendo a desinformación y bulos. La desinformación puede llegar a desestabilizar y debilitar la democracia. Los sistemas de verificación ayudan, pero no hay una solución mágica. Las estrategias de fact-checks necesitan una proactividad por parte del ciudadano. Por eso frente a la desinformación tiene que haber una mayor implicación de los afectados, usuarios, plataformas y redes sociales. Esta misma semana he leído que Facebook y Google van a vetar campañas publicitarias una vez cierren las urnas el 3 de noviembre en EE. UU. por miedo a desinformar al ciudadano en pleno proceso electoral. Como tardarán bastante en hacer el recuento total, han vetado las posibles campañas de propaganda.

¿Cuál es la red social que más utiliza?

Twitter, sobre todo para estar informada. No soy muy activa, pero de forma pasiva sí la uso. Hace tres años me quité de Facebook, me superó, había mucha información irrelevante.

¿Y qué ‘apps’ no puedes dejar de usar?

WhatsApp y también Telegram. Las miro a diario

Para acabar, dinos una serie que te haya gustado, el último libro que te haya enganchado y un gagdet tecnológico que uses a menudo.

Me ha encantado Borgen, serie danesa sobre los entresijos del poder cuando llega una mujer a la jefatura del gobierno. Me estoy leyendo la primera novela de la saga ‘Las doce puertas’, de Vicente Raga, una historia que transcurre en la judería de Valencia en el siglo XIV. Me esta gustando mucho. Y para mi cumpleaños me regalaron un reloj fitbit, que te informa de las horas de sueño, las calorías que consumes cuando haces ejercicio… Hago mucho gimnasio.