“¿Esperabas que el tiempo te diera la razón?” puede que sea una de las preguntas que con más gusto responda cualquier entrevistado, especialmente si se refiere a pronósticos hechos en contra de la opinión mayoritaria del momento. Esta pregunta se planteó en una entrevista en BBC a Nicholas Carr, quien saltó a la fama mundial con ‘Superficiales: ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?’, un ensayo en clave de advertencia sobre la pérdida de nuestra potencia mental provocada por la dependencia de Internet. Hoy, 10 años después de publicarse la obra, el experto señala un nuevo peligro: “cuando tenemos cerca el teléfono (incluso aunque esté apagado), nuestra capacidad para resolver problemas, concentrarnos e incluso tener conversaciones profundas disminuye”.

Al igual que otros expertos en tecnología con inquietudes sociológicas, Carr no niega las oportunidades que nos brindan los dispositivos, pero coloca las ventajas casi al mismo nivel que los riesgos. Internet y su acceso inmediato gracias al teléfono móvil nos permiten disponer a voluntad de cualquier información por compleja que sea y de comunicarnos simultáneamente con quien queramos. Pero este acceso a la carta a la información y la comunicación no nos ha salido gratis. “Hemos aprendido a estar constantemente estimulados para recabar pedacitos de información todo el tiempo, pero no nos sentimos estimulados para tomarnos las cosas con calma, para concentrarnos, para estar enfocados en algo, para prestar atención”, decía Carr a BBC.

Su advertencia más reciente guarda coherencia con la que hizo hace una década, pero llega en un momento muy diferente en cuanto a cómo vemos hoy la tecnología. De un tiempo a esta parte descubrimos Cambridge Analytica, los mecanismos para mantenernos enganchados a las redes sociales, la proliferación de Fake News, la comercialización de datos privados o los primeros indicios de los problemas mentales en jóvenes derivados de las redes sociales.

La ingenuidad con la que nos acercábamos a la tecnología hace 10 años años ha dado paso a una postura más madura y exigente en torno a la transformación digital. Hoy miramos a las autoridades competentes y a las plataformas que nos facilitan estos servicios, pero también nos situamos frente al espejo, pues somos cada vez más conscientes de que debemos hacer un uso más responsable de dispositivos y tecnologías.

Competencias digitales, necesarias pero no suficientes

La tecnología se ha convertido en un apéndice de nuestras relaciones personales y una plataforma para impulsar la comunicación, la colaboración, la innovación y la creatividad. Según el INE, en 2020 hubo un millón más de internautas españoles que el año anterior (93,2% de toda la población española) y la pandemia multiplicó ciertos usos como el envío de mensajes (práctica realizada por el 89,5% de la población) y las llamadas en vídeo (actividad desarrollada por el 77,7% de la población, 22,3 puntos más que en 2019).

Pero que usemos masivamente la tecnología no significa necesariamente que la comprendamos. El mismo INE nos recuerda que un tercio de la población no tiene capacidades digitales básicas. Y no hablamos de conocer qué es una cookie o cómo funciona el entramado de los derechos de propiedad que afectan a una imagen cuando la subes a una red social. Las competencias digitales básicas se refieren a ser capaz de realizar una videollamada o de concertar una cita a través de Internet. Como dijo Lucía Velasco, directora del Observatorio de Tecnología y Sociedad (ONTSI), en una entrevista concedida a Levanta la cabeza, estas tareas están tan extendidas en la sociedad que ya no se consideran digitales sino “naturales”.

En muchos trabajos aparentemente analógicos ya están pidiendo competencias digitales. Aunque seas empleado de hotel o un conductor de vehículo, tienes que interactuar con una aplicación o con un algoritmo. Repartir en bicicleta no diríamos que es una profesión digital pero esos trabajadores están todo el día con una aplicación del móvil en sus manos”, subraya Velasco.

El problema no es el uso, es el abuso

Dos jóvenes desayunando miran atentamente sus móviles.
Dos jóvenes desayunando miran atentamente sus móviles. | Shutterstock

Conceptos que hoy son conocidos y reconocibles apenas existían hace años. Como FOMO (del inglés Fear of Missing Out), que consiste en el miedo a no enterarse de algo que esté sucediendo en el mundo digital. O como la Nomofobia, que es el temor por salir de casa sin el móvil o a que se consuma su batería. Pero no hace falta recurrir a acrónimos ni términos que suenan a científicos, la realidad cotidiana nos enseña momentos concretos: conversaciones de pareja que se interrumpen porque una de las dos personas deja de prestar atención para mirar una notificación del móvil, los duermevelas producidos porque lo último que se vio antes de dormir fue la pantalla de la tableta, personas preocupadas por instagramear una comida, una escapada, un reencuentro (y que se quedan pegadas al móvil para ver qué opinan sus contactos sobre ese acontecimiento)...

¿Acaso hablamos de una adicción? Para Laura Cuesta, que trabaja en el Servicio de Prevención de Adicciones en adolescentes y jóvenes del Ayuntamiento de Madrid, hoy por hoy no es posible referirnos aún a una adicción. “Sí podemos hablar de uso abusivo de las tecnologías, de las redes sociales. Con las pantallas hablamos de un uso abusivo que en muchos casos puede requerir una intervención o asistencia clínica, e incluso puede estar relacionado con un trastorno de salud mental. El problema no es el móvil o Internet, es el uso que hagamos, hay que conseguir un uso saludable”.

La experta en cibercomunicación y digitalización señala un público particularmente vulnerable, el juvenil. “Es importante [observar] qué contenidos consumen y cómo lo hacen. Si están todo el día viendo vídeos en YouTube o haciendo scroll en Instagram, quizá haya que replantear el ocio digital. Hay que fomentar la parte creativa y chula de las tecnologías y que hablen con sus amigos”, recomienda. Pero, advierte, “a las aulas de padres que he ido para dar una charla de educación digital para familias y menores, aparecían 20 padres en un colegio con 2.000 alumnos. Hay un montón de padres preocupados por estos temas, que necesitan aprender a gestionar, a hablar de redes sociales… Existe la concienciación pero o no tienen tiempo o no ven los riesgos

La directora del Observatorio de Tecnología y Sociedad, Lucía Velasco, alerta en el mismo sentido: “El tema de los menores y tecnología es muy importante en este momento. Lo que está pasando en las redes sociales, y que los mayores desconocemos, requiere un estudio. Estamos observando cómo la atención de los niños, niñas y adolescentes esté siendo dirigida por una inteligencia artificial. Esos vídeos que le aparecen en sus redes los decide una IA y no podemos olvidar que los menores están desarrollándose como personas y esas decisiones están influidas por algoritmos”

La solución es una digitalización responsable

Autores como Jenny Odell (‘Cómo no hacer nada’), Julia Bell (‘Atención radical’) o el propio Nicholas Carr ya han denunciado los peligros que implica para toda la sociedad desconectar del mundo real para concentrarse en el digital. Muchas de estas voces abogan incluso por pasar a la acción y llaman directamente a la desconexión en diversos grados. Podemos denominarlo desescalada digital, minimalismo digital o Levanta la cabeza, pero en resumidas cuentas hablamos de lo mismo: usar de forma responsable la tecnología y sus dispositivos.

A este respecto, desde Levanta la cabeza queremos contribuir a la digitalización sostenible de la sociedad española. Una digitalización que debe ser universal, segura y responsable. Está en nuestra mano aprovechar las ventajas de la tecnología sin olvidar un momento que somos seres sociales y que necesitamos del contacto de nuestros semejantes. Porque la tecnología nos facilita la comunicación, pero lo que hace que las relaciones humanas perduren no tiene que ver con las máquinas: escuchar a la persona que tenemos enfrente, observar sus reacciones, compartir el tiempo y el espacio con otros seres humanos.

La digitalización no es necesariamente incompatible con nuestra naturaleza social, pero debemos asegurarnos de que hacemos un uso equilibrado, constructivo y responsable de la tecnología.